Jaulas contra terremotos en Israel

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La última sacudida de tierra se dejó sentir en Israel en febrero del 2008. Un terremoto de 5,3 grados en la escala de Richter estremeció el suelo de Tel Aviv a Cisjordania, de Damasco a El Líbano, país que registraba el epicentro quince kilómetros al sur de Tiro. Poco antes fueron los temblores del 21, el 23 de noviembre y el 2 de diciembre del 2007. No hubo víctimas, pero cada convulsión recuerda insistentemente a los israelíes una peligrosa realidad: su territorio se encuentra sobre la llamada falla sirio-africana, una de las zonas sísmicas más sensibles del mundo, como lo demuestran viejos testimonios que aparecen hasta en la Biblia.

Por aquí pocos ignoran que, en 1837, un sismo registrado en la alta Galilea devastó la ciudad de Safed y provocó más de cuatro mil muertos. Y uno más en 1927, con núcleo en Jericó, treinta kilómetros al este de Jerusalén, dejó doscientas víctimas mortales. Y lo peor es que los científicos vaticinan el siguiente cataclismo para dentro de poco. “Podemos apuntar que habrá un terremoto de magnitud seis en la escala de Richter en los próximos años”, advierte Iefim Gitterman, del departamento de Sismología del Instituto Geofísico de Lod, cerca de Tel Aviv. “Puede ocurrir mañana”, subraya, recordando que, estadísticamente, cada ochenta años hay un terremoto de esa fuerza en la región.

Advertencias a la población

En Israel, el Ejército recomendó hace más de un año y medio a todos los habitantes que estén preparados para “aguantar entre veinticuatro y setenta y dos horas en caso de terremoto importante”, en previsión de que se derrumben carreteras que dificulten a los servicios de rescate llegar con rapidez a las zonas dañadas.

Con la sacudida de febrero del 2008, la alerta se centró en las escuelas: el ministro de Educación dejó claro que, en caso de un sismo “serio”, el cuarenta y cinco por ciento de las escuelas y guarderías de Israel tendrían que hacer frente a un peligro significativo.
Ha pasado poco más de un año de ese aviso y hace poco, con la presencia en primera fila del alcalde de la Ciudad Santa, Nir Barkat, en pleno entramado urbano de Jerusalén se realizaba una voladura controlada de un viejo colegio para simular un terremoto y probar, por fin, una estructura segura para los niños.

La jaula segura

Su inventor, el ingeniero israelí Doron Shalev, la llama “jaula segura”, y por sus dimensiones puede instalarse en cualquier aula. A la pregunta de si el experimento se ha hecho ahora por algún temor en concreto, Shalev es escueto. “El riesgo es alto; Israel es muy pequeño”. Y se centra en explicar a ABC: “Hemos hecho dos versiones, una en acero y otra en cemento, consistentes en un sistema de columnas diseñado matemáticamente para proteger en un área de seis metros cuadrados a cuarenta niños del peor escenario posible en que puede ponerles un terremoto: que se derrumben y caigan las dos plantas del edificio”. Y vaya si aguantó.

Exentos de ascensores, la mayoría de las escuelas en Israel consisten en dos pisos, y su peso no consiguió deformar lo más mínimo la estructura ideada por Doron.

“La voladura ha reventado el suelo y ahí lo han visto… incluso el exterior de la jaula se ha salvado del colapso”, subrayaba el ingeniero, experto en análisis dinámico, que añadió que el Ayuntamiento de Jerusalén ya está buscando financiación para implantar el novedoso búnker.

Un sensor que detecta vibraciones

“Todos los niños habrían sobrevivido —destacaba, satisfecho del resultado—; ha sido muy realista: habíamos colocado dentro figuras y han quedado intactas”. La “jaula”, además, está dotada de un sensor capaz de detectar por sí mismo vibraciones en el suelo, que automáticamente hace saltar una alarma para dar a los pequeños los diez segundos que, se calcula, transcurren entre el inicio de un terremoto y un eventual derrumbe de partes del colegio.

No sería la única sirena que sonaría en Israel. El Instituto Geofísico de Lod ya está equipado para informar en diez minutos a las autoridades competentes de cualquier convulsión, su epicentro y su magnitud para activar los servicios de emergencia. Con todo, se estima que, dada la poca solidez de sus inmuebles, nada salvaría a la Ciudad Vieja de Jerusalén de una catástrofe si el temblor es furioso.

El Instituto de Medición Geológica de Israel ya reconoció en el 2004 que los efectos serían apocalípticos en esa zona, donde se encierran los santos lugares del Cristianismo y la delicada hectárea de tierra que acoge el Muro de los Lamentos judío y la mezquita de Al Aqsa, tercera más importante del Islam.

Pero el Gran Valle del Rift, la fractura de más de cuatro mil ochocientos kilómetros causada por la separación de África y Eurasia hace treinta y cinco millones de años, que va de Siria a Mozambique y engasta el Mar Muerto, sigue viva. El historiador Flavio Josefo narra ya que en el año 31 de nuestra era, treinta mil de sus contemporáneos perecieron cuando en ese mar se generó un terremoto. Sodoma y Gomorra también fueron engullidas por un cataclismo. Israel teme el siguiente.

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