Simplemente es la destrucción del Estado de Israel, al menos así lo declaraba hasta 1964 la Carta de la Organización por la Liberación Palestina (OLP), y los siguen declarando grupos extremistas islámicos, como Hamás y Hezbolah, que tienen puestos en diferentes parlamentos de Oriente Medio. Aunque decir «guerra» es usar un eufemismo, ya que, en realidad, jamás hubo en la historia de la humanidad una acometida tan deshonesta, traicionera e informal como la planteada por las organizaciones combativas palestinas.
Basándose en el terror, puesto que en los enfrentamientos bélicos tradicionales inevitablemente eran derrotados (aun estando entonces mejor armados que sus contrincantes), expandieron el teatro de la beligerancia a cualquier sitio del planeta, para así facilitar su lucha. Atacaron inmisericordemente aquí y allá, ya fuese en Roma, Londres, Estambul, Madrid o Buenos Aires, agredieron a quien estuviese presente en aeropuertos, estaciones de trenes e incluso en alta mar, Alemania, Grecia y otros muchos países supieron en carne propia de sus incursiones traicioneras y devastadoras.
Porque, resultado de su conveniencia y/o miopía, la contienda contra Israel la propagaron a los sitios más insólitos y alejados, victimando colateralmente a civiles de cualquier nacionalidad, sexo o edad y a policías, soldados y custodios de todo el orbe. Además, mientras mataban, se presentaban a ellos mismos como los mártires de la disputa. Como un pueblo indefenso y sometido por un encarnizado usurpador, que día a día debía ofrendar la sangre de sus hijos para luchar, en inferioridad de condiciones, contra quien les tenía puesto el pie sobre las cabezas. Piedras contra tanques era su plañidero lamento. Niños y jovencitos contra uno de los ejércitos mejor armados del mundo. Nada (sólo su orgullo) contra todo lo que la tecnología podía ofrecer.
Y tanto insistieron con su martirio, presentado cínicamente a Israel como invasor de… ¿sus tierras?, que, por ser los judíos el enemigo que les había tocado en suerte, sabían que la batalla propagandística la tenían ganada de antemano. Una acometida publicitaria donde no vacilaron en usar como ariete el antisemitismo, cosa que debiera resultar ridícula por ser ellos también semitas. Y en la que omitieron, maliciosamente, el mencionar que estaban ellos también armados hasta los dientes, con granadas antitanques, con misiles y otros muchos pertrechos de la guerra moderna, los que no obstante no usaban en los enfrentamientos ya sea por impericia o por falta de valor. Más sencillo, desde luego, les resultaba poner bombas en autobuses, restaurantes o discotecas.
También, enviar a sus jóvenes onanistas, a quienes los clérigos musulmanes prometen cantidad de vírgenes en el ¿paraíso?, a matar judíos haciéndose explotar entre ellos. Y alinear a sus niños, éstos enceguecidos de odio y educados para ello, a tirar piedras a los soldados israelíes en el mismísimo frente de batalla. Contando que cada muerte de un menor o cada herida que recibiese un joven, sería una excelente promotora de su «lucha irredenta».
Prescindiendo de paso el hacer conocer que el asunto se les ha escapado de las manos, vista la proliferación de organizaciones terroristas autónomas que se habían enquistado en su seno.
La cifra en verdad es apabullante y demuestra una pérdida total de rumbo: Hamas, Yihad Islámica, Brigadas de Mártires de Al Aqsa, O.L.P., Jisbalá, Hermandad Musulmana, Frente para la Liberación de Palestina y más… y más…, cada una aterrando a la humanidad independientemente de la otra y cada cual con sus demandas desmesuradas para poder prevalecer en el protagonismo y las ganancias a futuro. Y así estamos hoy: por sus caprichos, o los de su dirigencia (los tristemente célebres NO de Arafat cuando se le daba más de lo que él mismo imaginaba conseguir), metidos en un intrincado laberinto donde prolifera la muerte de éstos y aquellos; y por su propaganda, con una oleada de antisemitismo que crece y no para de crecer.