Ajad Haam nació en 1856 cerca de Kiev, Ucrania, con el nombre de Asher Ginzbeg. Creció en un hogar jasídico y recibió sólo educación tradicional.
Con el tiempo, la capacidad de Ginzberg, así como su independencia de pensamiento se hicieron notoria y mientras desarrollaba estudios magistrales en literatura talmúdica y comentarios rabínicos, adquirió familiaridad con los escritos del filósofo judío medieval español Maimónides, así como con los trabajos de los escritores hebreos modernos. Aprendió por sus propios medios ruso, francés, alemán e inglés que le permitieron estudiar literatura, filosofía y ciencias, inaccesibles de otra manera para un joven judío. Cuanto más estudiaba la filosofía occidental más se debilitaba su creencia religiosa tradicional.
Alguien con un bagaje tan rico en la vida tradicional judía, con su profunda lógica y significados, con su vasta memoria histórica manifestada en cada ritual y cada acto y evento comunitario, no se levanta un día y simplemente se aparta de ella; ciertamente no alguien con la integridad intelectual de Asher Ginzberg.
Ajad no quería apartarse de este vasto tesoro cultural, quería modernizarlo. Más aún, creía profundamente que el pueblo judío tenía un papel histórico único que aún no había cumplido. A fin de poder cumplir este role había que crear un centro, los judíos deberían ser educados acerca de la importancia del mismo y lentamente retornar a él, para desarrollar una nueva vida cultural.
Después de trasladarse a Odesa en 1884, Ginzberg, fue inmediatamente atraído por los Jovevei Tzión organizados en torno a Pinsker, pero rápidamente se dio cuenta que estaba en desacuerdo con los objetivos centrales de la organización: el establecimiento de la mayor cantidad de judíos posible en Eretz Israel.
Cuando publicó su primer ensayo, utilizó el seudónimo literario Ajad Haam (uno del pueblo) con el que es conocido hasta hoy. En ese ensayo dijo claramente: Lo Zé Hadérej (No es éste el camino, 1889): más asentamientos sin una gran tarea educativa previa llevaría al colapso de la actividad colonizadora. La gente debe saber por qué se asienta: la huída de los pogroms, los potenciales beneficios económicos, no eran razones suficientes para confrontar las dificultades que estaban enfrentando y que aún confrontarían en un futuro.
Los colonos debían tener una profunda comprensión de la importancia de su obra para el futuro de la nación judía. Tenían que saber que no sólo «se estaban salvando» a ellos mismos sino que comenzaba la reconstrucción del pueblo judío.
Unos meses después que participó en el Primer Congreso Sionista (nunca participó en otro), Ajad Haam escribió uno de sus más importantes ensayos «El Estado Judío y el Problema Judío» en el que criticó tanto la política como el pensamiento de Hertzl. Sentía que la vida espiritual y cultural judía debía ser reconstruída y que ésto no podría suceder plenamente en la diáspora. Sin esta reconstrucción, los judíos tenían pocas posibilidades de vivir en el mundo moderno.
Desarrollar ese espíritu en la vida cotidiana del pueblo era el ideal de Ajad Haam.
La cultura que ansiaba desarrollar debería tener un profundo impacto sobre las identidades de los judíos que continuaran viviendo fuera del centro, aquellos que aún no se habían trasladado a él y tal vez nunca lo hicieran. Al mismo tiempo, una cultura judía renovada era vital para el futuro de la humanidad. Esa fue al traducción de Ajad Haam a la antigua idea de Or la Goim, la luz para los pueblos.
Ajad Haam se trasladó a Eretz Israel recién en 1922, cinco años antes de su muerte. Sus ensayos, todos escritos en una rica prosa hebrea, fueron publicados bajo el título colectivo de Al Parashat Drajim (En la Encrucijada).
Ajad Haam brindó a su pueblo uno de los más inspirados caminos para tratar de resolver -para ellos- lo que no puedo resolver para sí mismo.