El líder religioso de la Yihad, la guerra santa islámica, Fathi Shaqaqi, fue el responsable del crecimiento del virus terrorista. En ese mundo despiadado de Oriente Medio, Shiqaqi había sido endiosado por su gente. Él en persona había garantizado a los terroristas de Beit Lil «el perdón por transgredir la ley inviolable del Islam contra el suicidio. Con ese fin, estudió el Corán en busca de razones filosóficas sobre la opresión que infunde nuevas fuerzas a los oprimidos».
Para conseguir terroristas suicidas, Shaqaqi explotaba las debilidades de jóvenes desequilibrados que, como los kamikazes japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, se encaminaban a su propio fin en estado de fervor religioso. Después Shaqaqi publicó sus escuelas en el periódico de la Yihad y, en las oraciones del viernes en las mezquitas, alababa los sacrificios y aseguraba a la familia de los mártires que sus seres queridos habían ganado un lugar en el paraíso. Como está escrito: «Allí hallarán mujeres exentas de toda mancha, y allí permanecerán eternamente» (El Corán II: 23).