El motivo fundamental por el cual el número de refugiados que escaparon de Europa antes de la Segunda Guerra Mundial fue relativamente bajo yace en las rigurosas políticas inmigratorias adoptadas por los que serían países huéspedes.
En Estados Unidos, por ejemplo, la cantidad de inmigrantes no podía exceder los 153.744 por aóo, divididos según país de origen. Más aún, los requisitos para el ingreso eran tan estrictos que solían no completarse los cupos permitidos. Los proyectos para facilitar la inmigración dejando de lado los cupos permitidos nunca se concretaban, pues la mayoría de los estadounidenses mantenían firme su oposición al ingreso de nuevos refugiados. Otros países, en especial los de Latinoamérica, adoptaron políticas inmigratorias similares o incluso más severas, de modo de cerrar sus puertas a futuros inmigrantes del Tercer Reich.
Gran Bretaóa tomó medidas para limitar rigurosamente la inmigración de judíos a Palestina, a pesar de que en cierta medida era más liberal que Estados Unidos con respecto al ingreso de inmigrantes. En mayo de 1939, los británicos publicaron el «Libro Blanco», reglamentación en la que se estipulaba que solamente les sería permitido ingresar a Palestina a 75.000 inmigrantes judíos durante los siguientes cinco aóos (10.000 por aóo, y un cupo adicional de 25.000). Esta decisión impidió que millares de judíos escaparan de Europa.
Los países mejor preparados para recibir a grandes números de refugiados mantuvieron firme la negación a abrir sus fronteras. A pesar de que en la agenda de la Conferencia de Evián se daba una solución para el problema de los refugiados, solamente la República Dominicana estuvo dispuesta a aprobar la inmigración en gran escala. Estados Unidos y Gran Bretaóa propusieron establecer refugios de reinstalación en áreas subdesarrolladas (por ejemplo, Guyana, antes Guyana Británica, y las Filipinas), pero estas no eran alternativas adecuadas.
Deben tenerse en cuenta dos factores importantes. Durante el período que precedió al estallido de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes estaban a favor de la emigración judía. En ese entonces, no existían planes operativos para asesinar a los judíos. El objetivo era inducirlos a abandonar el país, si era necesario, mediante el empleo de la fuerza.
También debe reconocerse la actitud de los judíos alemanes. Mientras que al principio muchos judíos alemanes se negaban a emigrar, luego de Kristallnacht (La noche de los cristales rotos), 9-10 de noviembre de 1938, la mayoría deseaba hacerlo. Si hubiera habido refugios disponibles, seguramente el número de emigrantes habría sido mucho mayor.