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Los judíos de Venezuela ¿quiénes son?, ¿de dónde proceden?, ¿desde cuándo se encuentran en Venezuela?, ¿a qué se dedican?, ¿cómo conocerlos?, ¿dónde estudiar su historia?


Jacob Carciente

Un cronista de vocación  

El autor, nacido en Tánger, llegado a Venezuela- en su temprana juventud, graduado de Ingeniero Civil en la Universidad Central de Venezuela, es un destacado profesional que desde hace más de treinta y cinco años ha venido ejerciendo la docencia en áreas de su especialidad, primero en la Universidad Central de Venezuela y actualmente en la Universidad Metropolitana de Caracas, siendo autor de textos de estudio y consulta obligada en universidades del país y del exterior.

Aficionado a los estudios de historia, ha dedicado largas horas a recopilar información sobre la presencia de los judíos sefardíes en Venezuela. Ha publicado numerosos trabajos sobre el tema, algunos de los cuales se encuentran recogidos en este volumen bajo el epígrafe de Crónicas Sefardíes. A ellos precede una valiosa e inédita reseña cronológica y una extensa bibliografía que permitirá al lector interesado, al estudioso y al investigador adentrarse en el tema.


La Comunidad Judía de Venezuela. 

Presentes en el país con los Descubridores, asentados en el territorio nacional desde hace más de 250 años, han ido formando una clase laboriosa, emprendedora, educada y generosa. Sus miembros participan en todas las actividades de la vida nacional, desde la educación hasta la política; desde el comercio hasta la industria, desde el cumplimiento de los principios de una arraigada fe religiosa hasta el máximo respeto a la integración de las creencias; desde el patrocinio de las artes hasta la dirección museística y la creación artística; desde una venezolanidad irrevocable hasta la lealtad y solidaridad con el Estado de Israel, tierra de sus antepasados.

Sesenta años de presencia judía en la Venezuela contemporánea 

Recordar solamente las últimas seis décadas de presencia de la comunidad judía en Venezuela es tener que hacer abstracción de una buena parte de la vida de esta comunidad como institución organizada, a la vez que tener que dejar de lado el aporte judío al descubrimiento de América, su vida y peripecias durante el período colonial y su participación en la causa de la Independencia.

Por ello, sería imperdonable dejar de citar aquí, aunque sólo sea de pasada, la intervención de los judíos en el desarrollo del comercio marítimo entre Tierra Firme, el Caribe y los países de Europa durante los siglos XVII y XVIII, y su contribución, a través de este movimiento, en la divulgación de las ideas que conducirían a la emancipación e independencia de los territorios americanos.

Ya en otros trabajos* nos hemos referido a las fraternales relaciones que unieron al Libertador Simón Bolívar con Mordejay Ricardo, judío de Curazao, así como a la hospitalidad que le brindaron Ricardo y Abraham Meza en su casa de Otrabanda cuando El Libertador hubo de huir después de la caída de Puerto Cabello; que cuando deviene la Guerra de la Independencia, son los judíos neerlandeses los primeros en proveer de pertrechos a la joven república y que en 1818, mucho antes de fijar residencia en Coro, en Angostura se presentó Joseph Curiel acompañado de su familia para conocer al Libertador y ofrecerle personalmente el apoyo de los judíos del Caribe; que David Castello Montefiore fue uno de los judíos que financiaron las campañas de Bolívar; que Benjamín Henríquez sirvió en los ejércitos de Bolívar con el grado de capitán de artillería; que en 1817, Samuel Henríquez se unió al Libertador manteniéndose en el ejército como capitán hasta 1822 y que Juan de Sola intervino en la Batalla de Carabobo y en el ataque del General Páez contra Puerto Cabello en noviembre de 1823; que Georges Henríquez sirvió como lugarteniente en las campañas del Magdalena y del Sur, tomando parte en las batallas de La Ciénaga de Santa Marta, Jaguachí y Pichincha; y que, cuando Bolívar hace el 10 de enero de 1827 lo que sería su última entrada en Caracas, Elías Mocatta es uno de los extranjeros residentes que lo reciben, cargando una bandera en representación alegórica de la Europa, y es el orador que le da la bienvenida en nombre de los residentes oriundos del viejo continente.

Coro y Barcelona atrajeron a miembros de la comunidad judía durante el siglo pasado. La historia de los judíos de Coro, rica en peripecias, ha sido relatada ampliamente por Aizenberg, Fortique y los Emmanuel. Ellos han sacado a la luz los aportes de esa comunidad, en la que destacaron poetas como Salomón López Fonseca, uno de los mejores de su generación en Venezuela, y Elías David Curiel, autor de las estrofas del Himno del Estado y en cuya obra poética las reminiscencias cabalísticas y las sugerencias de carácter misterioso se aferran —según Juvenal López Ruiz— a su atavismo sefardí y a su hebraismo ancestral. En Coro, David Hoheb y Joseph Curiel se habían establecido en la primera mitad del siglo XIX y habían asentado las bases para que otras familias de correligionarios curazoleños, de procedencia holandesa, se les unieran, formando así la primera comunidad judeovenezolana. Un hijo de Joseph Curiel, David, farmacéutico, instaló la primera farmacia que existió en Coro, la cual regenta hasta 1872. El —dice el Dr. Oscar Beaujón— dió un gran impulso al desarrollo científico de la ciencia farmacéutica en el Estado Falcón, habiendo sido, con los Drs. Félix Beaujón, Leañez, Smith Monzón, Chapman y Pulgar Ruiz, pioneros de la elevada y seria posición universitaria de la ciencia farmacéutica en esa región occidental. Un hijo de David, José David Curiel, ostentó los cargos de Presidente del Concejo de Instrucción Pública, Presidente de la Corte Suprema del Estado Falcón y de su Asamblea Legislativa, Subsecretario de Gobierno y otros.

Pero si Coro desempeñó y ha continuado desempeñando papel importante en la presencia y aporte judíos —recuérdense los Henríquez, Curiel, de Sola, Capriles, Senior, Salas, de Lima— por no citar sino algunos nombres que se han destacado en el comercio, la política y las letras contemporáneas, en el otro extremo de Venezuela, en Barcelona, en 1844 aparecen Abraham Henríquez Morón e Isaac Valencia y dan paso a toda la cadena de los Morón, Baiz, de Lima, Valencia, Senior, Jesurum, Valencia Parparcén y Pérez Valencia, apellidos ilustres que han producido historiadores y académicos, médicos de renombre y hasta al autor de la letra del himno del Estado Anzoátegui y al eminente cronista de la ciudad de Barcelona y escritor de castizo estilo, autor de numerosos libros, que es Salomón de Lima. 

El siglo que está por finalizar vio arribar a las costas de Venezuela a judíos provenientes de Marruecos y de Europa Central. Sus características eran muy diferentes de las del correligionario holandés, curazoleño o antillano que se había adelantado durante el siglo pasado en Coro o Barcelona. Ellos vinieron a engrosar las filas de una comunidad de judíos marroquíes llegados en las últimas décadas del siglo pasado, y de judíos rumanos y polacos que a partir del término de la Segunda Guerra Mundial ya se habían’ establecido en Venezuela y habían venido perfilándose por sus características de laboriosidad.

El judío de Marruecos —sefardí, es decir, descendiente de aquéllos expulsados de España en 1492— es piadoso y trabajador. Su mundo es el hogar, la sinagoga y el trabajo. Sin capital de trabajo ni formación mundana, cuando empieza a llegar a Venezuela a finales del siglo pasado, el comercio ambulante constituye una actividad que sin ser muy brillante da una solidez económica en una época en que el consumo obedece a patrones de subsistencia. Pero la perseverancia, el sacrificio y el ahorro hacen que con el tiempo, el «turco» o el «marruecos» como popularmente se le llama, llegue a instalar negocios en locales bien situados en Caracas y el interior. Es el comienzo de las firmas Taurel y Cía., Benacerraf Hnos., J.M. Benarroch y Cía., Pariente Hnos., José D. Bendayán, etc. Son ellos los que posteriormente darán su apoyo y orientación a los que llegan desvalidos de recursos como consecuencia de una situación política insoportable en Europa. Son ellos los que hacen posible la formación de un Dr. Aarón Benchetrit, pionero en Venezuela en la lucha contra la lepra, y el establecimiento de la clínica «David Lobo», en memoria de quien fuera destacado médico, Rector de la Universidad Central de Venezuela. Agregado de la Legación de Venezuela en Washington y presidente de la Academia Nacional de Medicina. De esta generación surgirá el Dr. Henrique Benaím Pinto, eminente médico cuyo nombre ha sido asignado a una importante avenida de Caracas, y el que habrá de ser en el año 1980 Premio Nobel de Medicina venezolano, el Dr. Baruch Benacerraf.

Los avatares de una feroz persecución y amenazas de extinción, hace que las víctimas del terror nazi busquen una tierra donde la libertad les abra nuevos y esperanzadores horizontes. El 3 de febrero de 1939 desembarcan en Puerto Cabello 86 víctimas de esa persecución implacable desatada en Alemania y un mes después llegan 165 judíos austríacos que fueron hospedados en una hacienda en Mampote, propiedad del Sr. Aza Sánchez. No obstante estar cerrada la inmigración en Venezuela, el gobierno del General Eleazar López Contreras recibe a estos grupos, y, años más tarde, cuando el Instituto Venezolano Israelí ofreció un homenaje al Maestro Rómulo Gallegos en ocasión de la traducción de su novela Doña Bárbara al idioma hebreo, éste, en palabras emocionadas, recordó: «…Y cuando llegó a nuestras costas un barco de refugiados hebreos que rechazaban tantos países, aquí los acogimos con brazos abiertos. Participó en este recibimiento, junto con otras personalidades, el escritor Mariano Picón Salas. Con eso quiero recordar la gran humanidad y hospitalidad del pueblo venezolano y es muy satisfactorio poder decir esta noche a todos los israelitas aquí presentes que Venezuela es un país sin discriminación racial de tipo alguno, donde todos los hombres pueden trabajar y vivir tranquilamente».

En los años del 40 llegan a Venezuela masas de judíos polacos y rumanos. Aparece la figura del «cláper», tan vívidamente retratado por Alicia Segal. Son los que, maleta en mano, recorren montañas y llanuras, tratando de establecer negocios ambulantes de ventas a crédito y sin fiador. Trabajan de sol a sol. Sin embargo, a pesar de las privaciones que sufren, se preocupan por la educación de sus hijos y en 1946 fundan el Colegio Moral y Luces «Herzl-Bialik».

Esta comunidad que se ha venido arraigando en Venezuela, haciendo de ella su nueva patria, vibra con la creación del Estado de Israel. Ya en 1946 se había formado un «Comité Venezolano pro Palestina» bajo el lema «Palestina es de los judíos y a los judíos debe entregarse», compuesto por José Nucete Sardi, Andrés Eloy Blanco, Rafael Pizani, B. Briceño Belisario, Eugenio Medina h., César Gustavo Córdoba, Antonio Arraiz, Pedro Beroes, Julio Morales Lara, Luz Machado de Arnao, Juan Liscano, Luis Esteban Rey, Miguel Otero Silva, Carlos Augusto León, María Luisa Escobar, Antonio Lares y Mario Briceño Iragorry. La gran simpatía existente en Venezuela por la creación del Estado de Israel fue captada por el gobierno del Presidente Rómulo Gallegos y los embajadores venezolanos ante las Naciones Unidas, Drs. Pedro Zuloaga y Carlos Eduardo Stolk, autorizados por Andrés Eloy Blanco, Canciller de la República, son los voceros de dar el voto favorable al plan de partición de 1947.

La década del cincuenta inicia una nueva etapa en la inmigración de los judíos en Venezuela. Provienen ahora, mayormente, de Hungría, Marruecos y el Cercano Oriente. Estos nuevos contingentes humanos contribuyen a fortalecer las instituciones comunitarias existentes: la Asociación Israelita de Venezuela, organización de los judíos sefardíes fundada en 1930, y la Unión Israelita de Caracas, que representa al grupo ashkenazí, originario de Europa Central, fundada en 1950.

El ambiente de democracia que va a vivir el país, el régimen de libertades que se goza en Venezuela, permite la consolidación interna de estos grupos, los cuales empiezan a practicar una intensa vida judía integrada a un profundo sentimiento venezolanista. De esos grupos de emigrantes desarraigados que llegaron a Venezuela habrán de destacarse Lya Imber de Coronil, abnegada defensora de la salud de los niños, Mevorah Florentín, fundador del Instituto Venezolano de Ciegos, el Dr. Martín Meyer, sobresaliente investigador de la medicina tropical, la Dra. Federika Ritter, recordada profesora universitaria. De la nueva generación emergen profesionales con profunda vocación de servicio: la medicina es una de las ramas que más atrae; la dedicación universitaria es otra forma de retribuir al país lo aprendido. Médicos, ingenieros y abogados se unen a quienes trabajan por hacer de Venezuela un gran país. Científicos y académicos ocupan posición de vanguardia. Industriales establecen empresas pioneras y contribuyen al desarrollo de la industria textil, del calzado, de la confección. Banqueros y comerciantes participan en el fortalecimiento de nuestra economía. Deportistas se destacan en las competencias nacionales e internacionales. Artistas —novelistas, poetas, dramaturgos, músicos, pintores, gente de cine, televisión y prensa— trabajan codo a codo con sus colegas, sin distinción ni diferencias de ninguna especie, dando cada uno lo mejor de sí a esta patria que acogió a sus padres en épocas de turbulencia.

Hoy en día, la comunidad judía de Venezuela vive integrada al país y no es una minoría extranjera. A través de organizaciones de beneficencia —representadas por las Damas Hebreas, Damas de Hatikvah y Dipciven — aporta ayuda y recursos a los sectores más necesitados de la colectividad venezolana. El Centro de Estudios Sefardíes de Caracas, el Instituto Cultural Venezolano-Israelí y el Instituto Superior de Estudios Judaicos (ISEJ), son instituciones de prestigio dedicadas al estudio y difusión de la cultura judía. Las instituciones comunitarias, a través de las cuales se enfatizan labores educativas, religiosas, benéficas y culturales, agrupadas bajo una institución techo, la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela (CAIV) son defensores destacados en el cumplimiento de los Derechos Humanos. Sus miembros participan en todas las actividades de la vida nacional, desde la educación hasta la política; desde el comercio hasta la industria; desde el cumplimiento de los principios de una arraigada fe religiosa hasta el respeto por la integración de las creencias a través de CRISEV (Comité de Relaciones de Iglesias y Sinagogas establecidas en Venezuela); desde el patrocinio de las artes hasta la dirección museística y la creación artística; desde su venezolanidad irrevocable hasta su lealtad y solidaridad con el Estado de Israel, tierra de sus antepasados.

*ver en Segunda Parte: Crónicas Sefardíes. http://centroestudiossefardiesdecaracas.com/publicaciones.html

Jacob Carciente


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