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Por Julian Schvindlerman
“La judeofobia es una aberración psíquica” diagnosticó un renombrado médico judío de fines de siglo XIX, y como tal “es hereditaria, y como una enfermedad transmitida por dos mil años es incurable…”. La persistencia obsesiva y la intrigante ubicuidad del fenómeno parecen confirmar este postulado.
La judeofobia -definida como odio a los judíos, también conocida como antisemitismo- se ha mantenido vigente en prácticamente todos los rincones del globo en todas las épocas desde hace varios miles de años. Incluso en países libres de judíos ella ha emergido y se ha sostenido. Los judíos han sido despreciados en sociedades paganas, religiosas y seculares. Irracional por antonomasia, ha endilgado a los judíos, muchas veces simultáneamente, ser capitalistas y comunistas, mercaderes explotadores y pobres aprovechadores, miserables apátridas y dominadores globales, trotamundos cosmopolitas y nacionalistas chauvinistas. Ella nos desafía a encarar racionalmente manifestaciones prejuiciosas irracionales y así nos recuerda la pertinencia de una observación añeja que cabe aquí parafrasear: la basura es basura, pero el estudio de la basura es academicismo.
Al abordar esta verdadera lacra de la humanidad debemos estar atentos a que una aproximación estudiada al fenómeno del antisemitismo no le dote respetable racionalidad. Aunque irracional, empero, el antisemitismo es astuto y sabe acomodarse a las modas del momento. Forzado a ser camaleónico para asegurar su supervivencia, éste ha probado su adaptabilidad al entorno con precisión darwiniana. En tiempos en los que la religión definía las relaciones humanas, atacó al pueblo judío por sus creencias religiosas. En tiempos de teorías raciales, los persiguió por su sangre. En épocas de ilustración universalista los desafió por su singularidad. En la actualidad, en tiempos de autodeterminación nacional y estados-nación, los agrede por el ejercicio de su soberanía nacional.
La evolución ha quedado tipificada en un antisemitismo religioso desde sus comienzos hasta el medioevo, pasando a un antisemitismo racial desde la inquisición hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, y uno de tinte político en la actualidad. Si otrora cuestionaba la validez de la religión judía y su lealtad más cabal a través de las nociones de pureza de sangre primero, o su derecho a existir por medio de leyes raciales después, hoy cuestiona la legitimidad política y moral de la soberanía judía en su tierra ancestral. Tal como el filósofo Emile Fackenheim ha detallado, la judeofobia ha atravesado etapas. Primero se ha dicho a los judíos: Uds. no pueden vivir entre nosotros como judíos (conversiones forzosas). Luego se les ha dicho: Uds. no pueden vivir entre nosotros (expulsiones). Y finalmente: Uds. no pueden vivir (genocidio). El político y académico Amnon Rubinstein adicionó una cuarta fase: Uds. no pueden vivir entre nosotros como miembro de la familia de las naciones. Es decir, Uds. no pueden tener su estado propio. A esta forma de antisemitismo se la conoce más comúnmente como antisionismo.
Antisemitismo tradicional
Ciertamente ha habido un antisemitismo pagano pre-cristiano, pero fue con el surgimiento del cristianismo que el antisemitismo religioso se afirmó y perpetuó. Muchos de los temas más permanentes del antisemitismo clásico fueron creados y esparcidos por cristianos. La idea de pueblo deicida (asesinos del Hijo de Dios) y su asociado lógico, pueblo diabólico (¿cómo, de otra forma, podrían haber matado los judíos a una divinidad?), así como las acusaciones de libelos de sangre (los judíos requieren de sangre cristiana para sus prácticas religiosas), y la atribución de designios maléficos globales (propagación de la peste negra, durante el Medioevo) han contribuido a forjar una imagen oscura acerca del pueblo judío en el ideario colectivo. Las sucesivas discriminaciones y maltratos, expulsiones y matanzas echadas por siglos sobre los judíos acostumbraron a los gentiles a la permanencia del sufrimiento judío. El desplazamiento del componente religioso al racial en el antisemitismo cristiano ocurrió durante la Inquisición española. Preocupada por la influencia que los judíos conversos al cristianismo podrían tener sobre los auténticos cristianos, la Iglesia Católica entró en una paranoia insalvable. Habiendo empujado a los judíos al bautismo para sobrevivir en la sociedad española, ahora sospechaba de la insinceridad de tales conversiones y temía sus actitudes judaizantes dentro de la nueva religión. Quien profesara la fe católica pero tuviera sangre judía en sus venas era visto como un judaizante sospechoso. Esto dio lugar a una definición racial del judío, lo que para empeorar las cosas contradecía el dogma católico del bautismo. Las teorías raciales de siglos posteriores le dieron una pátina de científicismo a esta idea y posteriormente los nazis la llevaron a su extremo al determinar que quienes tuvieran antepasados judíos, aún cuando éstos no se vieran a sí mismos como judíos, estaban destinados al exterminio. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica ha revisado su responsabilidad en la larga historia de acoso antijudío, llegando a definir al antisemitismo como un pecado contra Dios.
La relación del Islam con los judíos fue religiosamente problemática dado que este credo también se basó en el judaísmo (la Biblia hebrea como fuente inspiradora, el monoteísmo como creencia, Jerusalém como centro espiritual, etc), pero en menor medida a la luz de que ni el fundador de esa fe, ni sus primeros seguidores, fueron judíos, como en el caso del cristianismo. Como resultado de ello, entre otros factores, los judíos tuvieron un pasar menos traumático en tierras musulmanas que el que tuvieron bajo dominio cristiano, sin que ello significara que la vida judía en el Islam haya sido óptima. Éstos debieron vestir señales distintivas en sus ropas, pagar altos impuestos para obtener la protección del gobernante, huérfanos hebreos fueron convertidos a la fuerza, sinagogas fueron destruidas y comunidades enteras expulsadas o masacradas. A diferencia del cristianismo, que tuvo relaciones tormentosas con los judíos desde su advenimiento pero que en la modernidad ha ido puliendo su actitud y motivando un acercamiento, el Islam brinda todavía a sus seguidores inspiración justificadora de violencia antijudía y el fanatismo religioso es rampante en vastos sectores de la sociedad musulmana. La creación del Estado de Israel ha dado un nuevo foco -aunque de ninguna manera ha creado- al antisemitismo islámico. Por caso, el Artículo 7 de la Carta de Hamas, movimiento fundamentalista islámico fundado en 1987 y que hoy en día gobierna la Franja de Gaza, dice: “El Enviado dijo: ´Luchen los musulmanes contra los judíos y mátenlos, hasta que el judío se oculte tras las rocas y los árboles y entonces dirán, Oh, musulmán, oh siervo de Alá, tras de mí se oculta un judío, ven y mátalo´”. En 1955, el diario egipcio Al-Ahram afirmó: “Nuestra guerra con los judíos es una lucha vieja que comenzó con Mahoma…”. El entonces presidente de Irán, Hashemi Rafsanjani, sostuvo en 1991: “Todo problema en nuestra región puede ser trazado a este único dilema: la ocupación de Dar al-Islam por judíos infieles”. Israel no gestó la antipatía árabe/islámica hacia los judíos; más bien, la histórica antipatía árabe/islámica hacia los judíos explica el desprecio contemporáneo a Israel.

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