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Por Julián Schvindlerman
Si algo ha quedado en claro a partir del lamentable episodio relacionado con la construcción de nuevas casas en Ramat Shlomo, es que Israel está en la más completa soledad para enfrentar la amenaza nuclear iraní. Esta Casa Blanca no la respaldará si una incursión militar preventiva fuese necesaria. Gracias a la torpeza inconcebible de un burócrata del Ministerio de Interior israelí y a la subsiguiente reacción desproporcionada de la Administración Demócrata, ello resulta evidente. Un gobierno estadounidense proclive a crear la peor crisis bilateral en décadas a partir de un asunto tan cotidiano como el de los asentamientos (en este caso específico, una ampliación barrial dentro de las fronteras municipales de Jerusalén a cinco cuadras de la Línea Verde) difícilmente esté dispuesto a brindar capital político o de otra índole a un Israel enredado en una contienda bélica mayúscula. En este sentido, entonces, chapeau al burócrata inútil de Shas que inadvertidamente echó luz sobre el verdadero estado de las relaciones Washington-Jerusalén.
La determinación estadounidense de casi fomentar una ruptura en su “relación especial” con su más confiable aliado en el Medio Oriente encaja a la perfección con el nuevo enfoque demócrata hacia esta región. El Presidente Barack Obama ha invertido un apreciable esfuerzo en seducir a las naciones árabes e islámicas y en ofender a los israelíes desde que asumió el control de la Casa Blanca. Sus visitas a Ankara, Ryhad y El Cairo durante su primer año de gobierno y su decisión de no visitar Jerusalén en ese período, sumado a los discursos dulces regalados a audiencias musulmanas y su política de acercamiento a Turquía, Siria e Irán, en contraste con la dureza de sus expresiones relativas a las políticas de Israel, dan cuenta del giro atroz acaecido en Washington desde que George W. Bush partió.
El primer indicio de la nueva política mesooriental demócrata surgió en mayo del 2009 cuando la flamante secretaria de Estado Hillary Clinton hizo de los asentamientos israelíes en zonas disputadas el punto nodal del conflicto palestino-israelí. Entonces declaró que el Presidente Obama “quiere ver un freno a los asentamientos; no a algunos asentamientos, no a puestos alejados, no excepciones al crecimiento natural”. El segundo indicio emergió con la actitud apaciguadora hacia la República Islámica de Irán, con cuyos líderes el Presidente Obama intercambió cartas y ofreció las bona fides del espíritu americano si tan sólo los ayatolás desearan abandonar sus ambiciones nucleares e imperiales en el Medio Oriente. El tercer indicio se manifestó con la sorprendente vinculación efectuada por Washington entre la cuestión nuclear iraní y el proceso de paz entre israelíes y palestinos, sugiriendo que solamente el progreso en este último llevaría a una resolución del primero. Con el transcurso del tiempo, la Administración Demócrata pareció retroceder de este esquema, hasta la aparición de este nuevo incidente que cabalmente demostró que el Presidente Obama dejó de ser un aliado (si es que alguna vez lo fue) para convertirse en un adversario de Israel.
El desarrollo de los eventos fue revelador. Conocido el anuncio israelí durante la presencia en tierra hebrea del vicepresidente Joe Biden, éste demoró una hora y media su asistencia a una cena formal en la residencia del primer ministro y luego su oficina emitió un comunicado que “condenó” la decisión israelí. El lenguaje diplomático empleado fue severo y atípico para referir a una declaración burocrática de un país aliado. Al día siguiente, Hillary Clinton mantuvo una tensa conversación de cuarenta y tres minutos de duración con el premier Benjamín Netanyahu en la que exigió que Israel demuestre que “está comprometido con esta relación y con el proceso de paz”. El embajador israelí en Washington fue convocado a dar explicaciones al Departamento de Estado, y Estados Unidos sumó su voz a un comunicado de condena emitido por el Cuarteto del Medio Oriente que integran también Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas. Envalentonados, los palestinos amenazaron con lanzar una nueva intifada, hubo choques entre fuerzas israelíes y palestinas de Jerusalén a Jaffa en tanto que cohetes comenzaron a ser lanzados nuevamente desde la Franja de Gaza.
La escalada de violencia y renovada intransigencia palestina es resultado directo de la decisión de Barack Obama de transformar a Estados Unidos, en la caracterización del Wall Street Journal, “tal como los europeos lo han hecho, en otro bufete de abogados de los palestinos”. Es posible que la Casa Blanca retroceda o al menos dilate, tal como ha debido hacer con su grandilocuente anuncio de cerrar la cárcel de Guantánamo en un año, abandonar Irak velozmente, y llevar a juicio civil en Manhattan a terroristas de Al-Qaeda. Pero el daño —a la relación bilateral con su más estrecho aliado, al proceso de paz y a la estabilidad del Medio Oriente— ya está hecho. Y el acto de deslealtad hacia Israel ha sido aleccionador.

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