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Por Julián Schvindlerman
En lo que concierne a la nuclearización de Irán, la relación entre el premier Binyamín Netanyahu y el presidente Barack Obama me recuerda la célebre canción de los años cuarenta del cantante cubano Osvaldo Farrés, “Quizás, quizás, quizás”:
Siempre que te pregunto que, cuándo, cómo y dónde, tú siempre me respondes quizás, quizás, quizás. Y así pasan los días y yo, desesperando y tú, tú contestando quizás, quizás, quizás. Estás perdiendo el tiempo pensando, pensando, por lo que tu más quieras, ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?
Que me disculpe Farrés por des-romantizar su precioso bolero, pero realmente señor presidente, ¿hasta cuando? Sí, lo admito: Obama cambió el tono de su discurso, y el de su Administración, en las vísperas del arribo de la comitiva israelí. (¡Comitiva que incluyó al primer ministro, al ministro de defensa y al presidente de la nación! Si de enviar mensajes subliminales dramáticos se trataba, debemos dar el debido crédito a los relacionistas públicos israelíes). Pero ¿son a estas alturas creíbles todas esas declamaciones presidenciales solemnes de que los Estados Unidos protegen la espalda de Israel, de que no aceptará que Irán obtenga la Bomba y de que él personalmente es un líder que no alardea al respecto?
Veamos. Obama comenzó su mandato intercambiando epístolas con Mahmoud Ahmadinejad como un adolescente de los años ochenta entusiasmado con su nuevo compañerito global de intercambio de cartas. ¿Resultados obtenidos? Ninguno. Luego, cuando el régimen Ayatollah fue desafiado por opositores al fraude electoral del año 2009, Obama titubeó y desaprovechó una oportunidad única de respaldar los reclamos de democracia y transparencia de la ciudadanía iraní, permitiendo que el gobierno de Teherán mantuviera su legitimidad. Muy tardíamente, endureció su postura y fomentó la adopción de sanciones robustas contra la república islámica, tanto propias como de sus aliados: el banco central, las exportaciones de petróleo y la permanencia de Irán en el sistema financiero SWIFT quedaron afectadas. Las medidas fueron adecuadas, pero para entonces hasta la propia Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) desde Viena estaba expresando su preocupación con las posibles dimensiones militares del programa nuclear de Irán. El presidente norteamericano aseguró múltiples veces que todas las opciones estaban sobre la mesa, un eufemismo para aludir a la posibilidad de una acción militar, pero la repetición del mantra, lejos de persuadir, terminó por convertirse en un cliché.
Simultáneamente, oficiales de primerísimo rango de su Administración se manifestaron de manera contradictoria y dando la impresión de que más temían un ataque preventivo israelí sobre las instalaciones nucleares de Irán, que el cruce del umbral atómico por parte de Teherán. La Secretaria de Estado Hillary Clinton afirmó el pasado 29 de febrero que era objetivo de su gobierno evitar que Irán adquiriese la capacidad de fabricar bombas atómicas, pero el previo 19 de diciembre el Secretario de Defensa Leon Panetta había asegurado que Irán podría construir una bomba nuclear en el plazo de un año si así lo quisiese. Algo no cierra. Si la evaluación del Pentágono es que Teherán tiene la capacidad de construir una bomba atómica en el corto plazo y el Departamento de Estado ha definido como meta de su política exterior el no permitir a Teherán tener dicha capacidad, ¿entonces por qué no se actúa de manera decisiva? Aquí es donde la intervención del Director de Inteligencia Nacional James Clapper, diciendo que los iraníes aún no han decidido fabricar una bomba atómica, fue ridículamente conveniente.
Asimismo, Leon Panetta, James Clapper y el Jefe del Estado Mayor Conjunto Martin Dempsey expresaron públicamente sus dudas acerca del éxito, y sus preocupaciones respecto de las consecuencias, de una operación militar contra Irán. Tales dudas y preocupaciones son legítimas. Ponderar las posibilidades y las repercusiones de una guerra es una tarea necesaria para estrategos y diplomáticos. Es sólo que la exteriorización de tales consideraciones -especialmente cuando este tema estaba en la cima de la conversación política mundial- pareció tener el propósito de inhibir la acción israelí y dio una inquietante imagen de debilidad en la relación Washington-Jerusalem. A su vez, reflotaron últimamente en algunos lugares de la opinión pública las menciones a un Estimado de Inteligencia Nacional -confeccionado por toda la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos- que concluyó, en el 2007, que Irán había detenido los aspectos militares de su programa nuclear en el 2003. Sin embargo, un informe de la AIEA sobre el programa nuclear iraní emitido en noviembre de 2011 afirmó haber notado “indicaciones de que algunas actividades relevantes al desarrollo de un mecanismo explosivo nuclear continuaron después del 2003”.
¿Alguien puede culpar a los israelíes por estar impacientes?

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