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Por Nelson Rivera
La advertencia: lo que vivimos después del 11 de septiembre de 2001 puede describirse como el abuso del mal. 
La caída de las torres cambió el ánimo de una nación y del mundo, y trajo de vuelta a la esfera pública la dicotomía del bien y del mal. Sostiene Richard J. Bernstein que esta invocación, simplista y reductora, al contrario de lo que ella proclama (que sólo ante la presencia de un enemigo absoluto tendremos estímulos para enfrentar a enemigos reales), merma nuestra comprensión del carácter del mal y reprime su discusión. Cita a Hannah Arendt: "Lo absoluto (…) augura la muerte de todos cuando se lo introduce en el ámbito de la política". 
Uno de los intereses declarados de Bernstein (autor de un libro crucial, El mal radical, Editorial Lilmod, Argentina, 2004) es analizar el peligro que representa la mentalidad dicotómica, la pretensión de superioridad moral que ella entraña. El dualismo supone el fracaso ante el Otro y lo diferente, porque anula el pensamiento la autocrítica. 
Bernstein, y este es quizás uno de los mayores atractivos que tiene El abuso del mal. La corrupción de la política y la religión desde el 11/9 (Katz Editores, Argentina, 2006), trae a la mesa los argumentos de los filósofos norteamericanos Charles Peirce, William James, John Dewey y Oliver Wendell Holmes, para contrastar las nociones de Casualidad y Contingencia, como elementos suficientes de la realidad que ponen en entredicho, las dicotomías y los absolutos. 
Estos filósofos reivindican la existencia de un "mundo abierto", apenas predecible. 
Bernstein va al hueso: "En mi opinión, la batalla que se desarrolla actualmente no es entre creyentes religiosos con firmes compromisos morales y relativistas seculares que carecen de convicciones. Es una batalla que atraviesa la así llamada división entre lo religioso y lo secular. Es una lucha entre los que se sienten atraídos por los absolutos morales rígidos; los que creen que la sutileza encubre la falta de decisión; los que adornan sus prejuicios ideológicos con el lenguaje de la piedad religiosa; y los que enfocan la vida con una mentalidad falibilista y más abierta, que se abstienen de buscar la certeza absoluta". Recuerda que Arendt sostenía que es en el ámbito del juicio donde tiene lugar la experiencia de compartir el mundo con los demás. La opinión no es, como comúnmente se piensa, un asunto privado: es el resultado del choque de las mismas en el espacio público. 
Si el mal radical es la superficialidad que toma cuerpo en el hombre, si el mal radical es la incapacidad de pensar, entonces la disyuntiva post 11 de septiembre, esa línea que divide al mundo en buenos y malos, no es otra cosa que banalización, promoción de un eclipse de lo político y lo público.

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