Conozcan al nuevo monstruo de Frankenstein de Arabia Saudita y Catar: ISIL

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Por Paul Vallely
Al principio parecía buena idea. En televisión, civiles inocentes de Siria se retorcían ante nuestros ojos por los ataques con gases, de los que se culpaba a su propio gobierno. Pero a pesar de que se había cruzado una línea roja con este uso de armas químicas, la comunidad internacional decidió no realizar ataques aéreos contra el régimen de Assad. En lugar de ello, alentamos a dos ricos Estados árabes, Catar y Arabia Saudita, a continuar armando a los grupos rebeldes para que estos derrocaran al dictador de Damasco.
Ahora, gracias a esas armas, uno de los grupos ha crecido para convertirse en el monstruo de Frankenstein, el así llamado Estado Islámico, cuyos brutales guerreros han barrido Siria e Irak, crucificando y decapitando como una mortífera oleada.
Arabia Saudita ha sido una fuente de financiamiento fundamental para organizaciones rebeldes y terroristas desde la década de 1970, gracias al monto que gasta para difundir su versión puritana del Islam, desarrollada por Mohamed Abdul Wahab en el siglo XVIII. El Departamento de Estado de EEUU estima que durante las últimas cuatro décadas Riyad ha invertido más de 10 mil millones de dólares en fundaciones caritativas, en su intento de sustituir el Islam sunita común por su severa intolerancia wahabita. Expertos de inteligencia de la Unión Europea estiman que entre 15% y 20% de esa cantidad ha sido desviado a al-Qaeda y otros grupos yihadistas violentos.
La única otra nación oficialmente wahabita es el vecino Catar, que per cápita es el país más rico del mundo. Le gusta retratarse como una versión más liberal y abierta de esa secta musulmana. Los cataríes son los patrocinantes de las franelas del Barcelona Fútbol Club, los propietarios de Paris St. Germain y —entre alegatos de algunos manejos financieros extraños— será sede de la Copa Mundial de 2022. En Catar, a diferencia de Arabia Saudita, las mujeres tienen permitido manejar y viajar solas. Los occidentales pueden comer cerdo y beber alcohol. No existe una fuerza policial religiosa, o una clase poderosa de clérigos que aplique la moralidad islámica. La red Al-Jazeera contrasta con los medios de la región controlados por el Estado, y los cataríes invierten en Occidente, incluyendo el Shard, Harrod’s, grandes porciones de Sainsbury’s y la Bolsa de Londres.
Pero esa no es la diferencia crucial. Mientras los saudíes tienden a apoyar regímenes de “hombre fuerte” como el suyo por el mundo árabe, los cataríes, a lo largo de la “Primavera Árabe”, han apuntalado a islamistas como los Hermanos Musulmanes de Egipto. El minúsculo país ha otorgado 200 millones de dólares a Hamás, que constantemente lanza cohetes hacia Israel. Es más abierto respecto de los chiítas de Irán y Hezbolá en el Líbano, a quienes los saudíes ven como enemigos. Incluso tiene buenas relaciones con los talibanes. Y ha sido el principal financista de los rebeldes sirios: fuentes en Doha estiman que Catar ha gastado 3000 millones de dólares tan solo en Siria (envió 70 aviones de carga a ese país en los últimos dos años), tratando de desarrollar redes de lealtad entre los rebeldes y establecer las bases para una influencia catarí en una era pos-Assad. Riad ve ahora a su pequeño vecino —“300 personas y un canal de TV”, como un príncipe saudí lo definió con desprecio— como un moscardón problemático y peligroso.
El resultado de todo esto es que Catar y Arabia Saudita han canalizado fondos, armas y salarios a diferentes grupos en Siria. Hasta el año pasado estaban creando estructuras y alianzas militares rivales. Pero sus esfuerzos por discriminar han sido vanos. En la realidad los grupos rebeldes han sido porosos, con sus integrantes cambiándose hacia el mejor equipado. Los combatientes se dejan crecer la barba o se afeitan para adaptarse a la ideología del mejor postor. Muchos se pasan al grupo que tiene más éxito en el campo de batalla. Los dirigentes cataríes y saudíes pensaron que ello no importaba si el resultado era la caída de Assad. Pero eventualmente dos de los grupos más extremistas comenzaron a dominar, y uno de ellos, Jabhat al-Nusra, perdió poder frente al otro, ISIL, la despiadada y potente fuerza que se ha declarado como Estado Islámico.
Solo últimamente se han percatado los financistas del error de su estrategia; el gobierno de Catar ha restringido el flujo de fondos. Al principio creyó que podría cambiar la ideología de sus clientes una vez que la guerra contra Assad hubiese terminado, pero ahora se da cuenta de que ha creado un monstruo, como los saudíes cuando financiaron al talibán para luchar contra los soviéticos en la década de 1980. En abril, los saudíes echaron al jefe de sus servicios de inteligencia, príncipe Bandar bin Sultan, responsable de armar a los rebeldes sirios. Sus errores llevaron al empoderamiento masivo del tipo de islamismo popular que es la mayor amenaza a la pretensión de Arabia Saudita a ser líder del Islam global, por su gran riqueza y por ser custodio de la ciudad sagrada de La Meca.
Demasiado tarde. El genio se salió de la botella. Algunos fondos continúan fluyendo, por parte de individuos ricos de Catar y predicadores conservadores saudíes que recaudan dinero con sus programas de televisión. Pero los terroristas del Estado Islámico, que ganaban 8 millones de dólares mensuales gracias a un yacimiento de gas sirio en el que habían establecido fuertes líneas logísticas, han agregado un millón adicional por la media docena de campos petroleros iraquíes que han ocupado. Peor aún, el conflicto iraquí se ha solidificado en identidades étnicas definidas por la religión.
Tal como Washington está reconociendo, el Estado Islámico deberá ser detenido militarmente. Pero un progreso real para re-civilizar la cuna de la civilización que fue Mesopotamia requerirá que países como Arabia Saudita y Catar, así como Occidente, Irán, Israel y Siria, tomen algunas decisiones difíciles sobre las jerarquías del mal y sobre dónde está su verdadero enemigo.
Fuente: The Independent / Traducción y versión: NMI

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