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Por Alberto Mazor
"Mi grandeza no reside en no haber caído nunca, sino en haberme levantado siempre" (Napoleón Bonaparte).
El anecdotario relata que, antes de pronunciar cualquier discurso, el general y presidente Charles De Gaulle solía probar personalmente el sistema de sonido en el lugar donde haría uso de la palabra. Ya frente a los micrófonos exclamaba "¡La France!" y preguntaba de inmediato: "¿Está bien así?".
Si algo tenían en común los admiradores y detractores del líder galo, es que todos destacaban su profunda pasión por el país. "Aprovechaba cualquier momento para pronunciar Francia. Y todos sabían que lo hacía por amor", aseguraban.  
Algo similar podría decirse de Ariel Sharón. Tal vez el militar y político más controvertido de Israel, pero para quien, sin ninguna duda, el Estado hebreo fue una verdadera pasión.
Destinos que se cruzan; encrucijadas que eran imposibles; guiňos a la historia; concidencias dignas de mención, como fue la que en el mismo día en que Arik, padre indiscutible de la colonización israelí en Cisjordania y la Franja de Gaza, obtuvo su victoria más dulce sobre Netanyahu por el liderazgo del Likud, la Oficina Central de Estadísticas del Estado informó – como lo hace antes de cada Aňo Nuevo – que la población judía de Israel disminuyó de 77,8% en 2000 a 76,2% en 2004, mientras que la población árabe en ese mismo período aumentó de 15,2% a 16,1%; como queriendo advertirle al oído: "¡La demografía, Arik, la demografía!".
Destinos que se cruzan; encrucijadas que eran imposibles; guiňos a la historia que reserva una de sus páginas, aunque parezca increíble, a maquillajes tan llamativos como un Sharón calificado ahora por los analistas de moderado y pragmático, frente a las apocalípticas embestidas del extremismo de Bibi, catalogado entonces como "loser" por su capacidad de perder con tozudes en todas las elecciones a las que se presentó frente a Arik, con sondeos que siempre lo convertían de virtual ganador a "ganador virtual".
Destinos que se cruzan; encrucijadas que eran imposibles, como la que se encontró el Likud en 2005 de la mano de uno de sus líderes más extremistas entonces, reconvertido en el Mesías de la paz para muchos ingenuos que vieron en la desconexión unilateral de Gaza la primera piedra para construir el edificio, sin cimientos, de la convivencia, hoy casi imposible, entre israelíes y palestinos.
Destinos que se cruzan en el Likud, cuya cúpula se decantó por apenas 104 votos de margen por la apuesta continuista de Sharón frente al revuelo inmediato de Bibi.
"¿Me escuchan bien?, ¿están seguros de que me escuchan bien?", les dijo Arik, sarcásticamente a los periodistas, aludiendo al micrófono que fue saboteado durante la convención del partido, que le impidió pronunciar su discurso y que aceleró su decisión de apartarse de él y fundar Kadima. Su intención era que, uno tras otro, sus interlocutores incidieran en su triunfo ante su rival más despreciado. Y es que Arik, el general sin miedo y sin tacha, estaba más satisfecho de haber derrotado a Bibi que de su propia victoria.
Y lo hizo entonces, como tantas otras veces, contra todo pronóstico. Cabe recordar que cuando comenzó la campaňa sobre el adelanto de las primarias, contaba con una desventaja de 20 puntos por debajo de Netanyahu; con una mano atada a la espalda; con su boca cerrada a golpe de micrófono saboteado; con ministros de su gabinete que del día a la noche huyeron apavorados cambiando de camiseta; con su instinto de supervivencia y su magia nunca trasnochada como únicos argumentos de peso; con su hijo Omrí y un puňado de fieles bastante desesperanzados como únicos aliados.
Pese a la estrechez de los resultados, Sharón fue visto de ahí en adelante, y hasta su sorpresiva hospitalización hace ocho años atrás, como un ganador consolidado y Bibi como un perdedor compulsivo, incapaz de tomar "decisiones dolorosas", de no sucumbir ante presiones, y de ser un político que manipula con el miedo como el mejor método didáctico para convencer a la ciudadanía.
Luego de ser destituido en por la comisión parlamentaria israelí, que determinó su responsabilidad indirecta en la masacre contra los palestinos perpetrada por las fuerzas cristianas maronitas en los campos de regugiados libaneses de Sabra y Shatila en 1981, Sharón, paso a paso, golpe a golpe y verso a verso, fue consolidando ante la opinión pública israelí su particular 18 de Brumario.
Sus fieles hasta hace ocho años, agrandados por un triunfo tras otro, no paraban de exclamar: "¡El Rey no ha muerto! ¡Viva el Rey!".
Pero la vida, como dijo John Lennon, es lo realmente que le va sucediendo a uno mientras tiene otros planes.

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