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Por Rebeca Perli
A lo largo de la historia, a los judíos se les ha expulsado de muchos países en los que se asentaron, y ahora que recuperaron el suyo propio la consigna es deslegitimarlo y borrarlo del mapa.
En octubre de 1938 veinte mil judíos alemanes fueron deportados a Polonia cuyo Gobierno se negó a recibirlos iniciando un ir y venir en condiciones deplorables. Un judío alemán refugiado en Francia, ante sus fracasadas apelaciones a la Embajada alemana por una solución, disparó contra el secretario de la sede diplomática causándole la muerte; esto sirvió de detonante para que hordas desaforadas arremetieran con saña contra los judíos alemanes y austríacos. Desde la noche del 9 a la madrugada del 10 de noviembre de 1938, en lo que se conoce con el casi poético nombre de Kristallnacht, las calles de Alemania y Austria quedaron cubiertas por los vidrios provenientes de 1.500 sinagogas y más de 7.000 negocios y hogares judíos que fueron quemados y saqueados. Hubo al menos cien muertos y miles fueron deportados a campos de concentración. Con impúdico cinismo se culpó a los judíos de la nefasta arremetida, condenándolos a pagar una multa de mil millones de marcos. Era el preámbulo de lo que habría de venir, un globo de ensayo esperando, quizás, la reacción del mundo, pero el mundo no reaccionó. Fue como decirle a Hitler: adelante, no hay obstáculos.
Hoy se conmemoran 72 años del trágico suceso ¡Cuidado! En vuelos internacionales se acaban de decomisar artefactos explosivos destinados a sinagogas. ¡Que no se repita la indiferencia del 9 de noviembre de 1938!
Un atisbo de optimismo: hoy también se cumplen 24 años de la caída del Muro de Berlín. ¡Que sea la Alemania reunificada la que prevalezca sobre la Alemania nazi!

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