Por Rebeca Perli
En días pasados el laureado actor y director de cine George Clooney fue arrestado por la policía, junto con su padre y otros activistas, cuando manifestaba a favor de los derechos humanos en Sudán, frente a la embajada de dicho país en Washington. Por supuesto que, a pesar de la simbólica multa de $100 y de haber sido detenido por 3 horas, no abandonó su cruzada y continúa insistiendo en la necesidad de poner fin a la dramática situación que vive el país africano en el que su presidente, Omar al-Bashir, tiene sobre sus hombros un gran número de víctimas por las persecuciones étnicas en Dafour.
En julio del año pasado, tras 20 años de cruentas luchas y más de 2 millones de muertos, se firmó un acuerdo de paz que permitió la creación de Sudán del Sur, pero la violencia continúa, agravada por problemas del transporte del petróleo de Sudán del Sur al país norteño. Adicionalmente, al-Bashir está obstaculizando la llegada de alimentos a la frontera con Sudán del Sur lo cual redundará en una hambruna que amenaza a más de 500.000 habitantes hostigados por constantes bombardeos que los obligan a huir a las montañas de Nubia.
Clooney ha expresado que su manifestación fue para llamar la atención sobre la situación de emergencia que se va a presentar en la región por desabastecimiento, "antes de que se vuelva la peor crisis humanitaria en el mundo" y "para que el gobierno de Jartum deje de matar al azar a sus propios hombres, mujeres y niños inocentes".
¿Servirá la protesta de Clooney a sus propósitos? Tal vez no por sí sola, pero de pronto me viene a la memoria un chiste ingenuo que aplica a todas las causas justas: ¿Qué le dice un grano de arena a otro en un desierto? Y la respuesta es: "parece que nos siguen".