Por George Chaya
Existe una tibia discusión en la mayoría de los países europeos sobre el impacto de la creciente inmigración musulmana. Aunque es evidente que el núcleo central del debate corre en desventaja en relación a la expansión del integrismo al otro lado del Atlántico, con ello no quiero decir que actualmente los EE.UU. estén mejor posicionados en esta materia. Pero la elite europea progresista acompaña el discurso del multiculturalismo con un debate demasiado primario, básico y simplista cuando la realidad indica desde hace tiempo que estas posiciones han naufragado en la correlación existente entre el Islam y el terrorismo. Aun así, ellos se empeñan en ignorar el yihadismo de cosecha propia que es más peligroso que el terrorismo importado. Este debate, sin lugar a dudas se ira debilitando y marcara el inexorable final de un precioso tiempo perdido, toda conclusión a la que se arribe en el, nos mostrara que tales políticas habrán llegado a un final decepcionante, ello a pesar de las marcadas y saludables diferencias existentes en la dirigencia europea, puesto que Merkel no es Zapatero, para suerte de los alemanes e infortunio de los españoles.
El terrorismo global y las estrategias europeas contra la "amenaza terrorista de los jóvenes musulmanes nacidos en Europa" van por caminos diferentes y pareciera no ser comprendido aun en su real magnitud por la dirigencia política, ni siquiera los británicos lo comprendieron cuando los buses de la English Company volaron en pedazos una mañana londinense llevándose la vida de varios de sus compatriotas en un ataque terrorista realizado por ciudadanos Británicos, puesto que los terroristas que lo ejecutaron eran nacidos en Gran Bretaña. Cabe entonces preguntarse ¿Cuál es la estrategia de lucha contra la segunda generación de yihadistas por parte de la elite política europea en su combate contra el terrorismo? Si para responder a esta pregunta tomamos el modelo Moratinos-PSOE la respuesta será lamentable, salvo casos aislados: No hay estrategia alguna. Los aspectos de mayor relevancia son abordados de manera inadecuada y resta un largo camino por recorrer antes de que podamos denominarla como una estrategia positiva en sí misma. Es por tanto impropio hablar de una estrategia europea de lucha cohesionada contra el radicalismo islamista pues cada país emplea diferentes estrategias que son la consecuencia de su historia, su marco legal, su experiencia previa con el terrorismo y, por supuesto, de la percepción que dispone de la amenaza.
La Unión Europea ha desempeñado un destacado papel intentando coordinar esfuerzos, sin embargo, se perciben importantes diferencias. Esto es visible en el plano de la política exterior con algunos países miembros que están directamente relacionados a la situación en Afganistán y Pakistán y por tanto deben asumir un compromiso directo con sus tropas sobre el terreno, mientras que otros son reacios a hacerlo. Pero también hay enormes diferencias en términos de políticas internas. Algunos países como Italia tienen una legislación dura que permite a las autoridades tomar medidas que serían inconcebibles en Alemania o Francia, por lo que me inclino en aseverar que todavía es incorrecto hablar de una estrategia de pleno derecho paneuropeo. También es justo señalar, que en gran parte y gracias a los esfuerzos de algunas instituciones existe una cooperación operativa rescatable de sus autoridades en distintos niveles de información entre los responsables políticos de varios países, con ello se pretende conducir a una homogeneidad creciente de políticas de lucha contra las practicas del terrorismo. Sin embargo, hay diferencias jurídicas, políticas y culturales que impiden la formación de una estrategia homogénea. Y ello es sumamente negativo.
Es de esperar que Bruselas establezca un marco general sólido donde cada país aplique su propia política de lucha contra el terrorismo, pero como base fundamental se debería tener un criterio global a nivel continental, es allí donde el sistema parece no estar funcionando bien, prueba de ello son las decenas de ataques que se han visto frustrados en los últimos años en varios países europeos o las humillantes negociaciones y pago de rescate a las que fue sometido el actual gobierno español a manos de yihadistas somalíes, para quienas secuestrar pesqueros españoles se ha convertido en un deporte nacional económicamente muy rentable, ya que disponen de impunidad y leyes débiles en cuanto a la sanción del delito. Aun así, nunca se han desarrollado conversaciones sobre la interrelación entre terrorismo integrista e inmigración ilegal en el PSOE cuyos funcionarios parecieran preocuparse más por las recepciones y fotografías con dictadores y líderes salafistas que para frustración de los ciudadanos españoles continúan hablando de recuperar Al Andaluz el día después de visitar La Moncloa.
Es evidente que hoy la amenaza para Europa es interna y de cosecha propia. En los años 1980 y 1990 muchos radicales entraron ilegalmente al continente y desempeñaron un papel clave construyendo redes que se mantienen activas en España, Inglaterra, Suecia, Alemania, Francia, Holanda y ahora también en Kosovo. A diario se observa sus militantes cometer destrozos en las calles de Paris o Estocolmo. También hay indicios de que algunos grupos terroristas se han involucrado de diversas maneras en el contrabando de inmigrantes ilegales hacia Europa y utilizan las ganancias que ello genera para financiar sus actividades terroristas.
En la mayoría de países europeos gran parte de individuos involucrados en actividades terroristas de inspiración yihadista son hijos: "de segunda y de tercera generación" de inmigrantes musulmanes, a ello hay que sumarle un número en ascenso de conversos europeos y un dato no menor es que todas estas personas disponen de pasaportes comunitarios, por lo que un control responsable de las fronteras es muy necesario. Pero los europeos estarían engañándose a si mismos si piensan que todo se trata de una amenaza externa o de un problema de control fronterizo. La amenaza real para la Europa actual es interna y se manifiesta en la "segunda y tercera generación de yihadistas con la que inexorablemente ya convive dentro de sus propias fronteras".
Las autoridades europeas creen que la amenaza más sensible es la que proviene de células externas, pero no deberían descuidar a ciudadanos titulares de pasaportes de la comunidad que se radicalizan en alguna ciudad europea y a continuación viajan a lugares como Pakistán, Somalia o Yemen; entrenan allí, obtienen formación y luego viajan de regreso a Europa utilizando sus pasaportes europeos legales con lo que entran sin llamar la atención.
La realidad indica que el continente europeo tendrá que enfrentarse, tarde o temprano al aumento de su población musulmana como una cuestión central en relación con su identidad cultural, social y política. Ello traerá aparejada una tendencia que dará lugar a divisiones étnico-religiosas entre los musulmanes y el resto de las religiones, esto es inevitable en el mediano plazo para Europa y equivale a revivir las antiguas divisiones que generaron conflictos en los siglos pasados, es un tema muy sensible y debe ser abordado con responsabilidad si se quiere evitar males mayores.
Algunos comentaristas y dirigentes políticos han manifestado descreimiento sobre el terrorismo como un fenómeno superlativo y prefieren ubicarlo dentro de cuestiones reivindicativas. Esto es un gravísimo error de apreciación, la yihad global no es sino es la punta de un gran iceberg y la manifestación visible de un problema ideológico mucho más profundo, es una ideología puesta en acción cuyos criterios son absolutamente incompatibles con la democracia Occidental.
Pero el mayor problema del terrorismo yihadista es que adquiere el disfraz del Islam como religión, usurpando así la fe de muchos musulmanes en mezquitas y organizaciones de caridad, esto es lo que ingenuamente no comprenden muchos europeos. Esa semilla que se expande en su continente es una ideología que claramente debe denominarse "islamismo yihadista". Hay indicios inequívocos de que los musulmanes se niegan a ser parte integral de las sociedades modernas europeas precisamente porque en sus mezquitas se lo impiden y existen sobradas razones para decir que el islamismo tiene poco que ver con la democracia. Si usted consulta uno por uno a muchos musulmanes que viven en Europa, ocho sobre diez le dirán en privado que no apoyan la violencia integrista, pero no encontrará la misma respuesta en una mezquita delante del Imam. Si este problema continúa, las cuestiones culturales e idiosincrásicas así como las divisiones existentes entre la inmigración y la cultura europea no se corregirán en la segunda y tercera generación de descendientes, por tanto, el tema de la integración es complejo. Si la ideología que gana terreno es la islamista, ello será perjudicial para el futuro de la diversidad étnica y religiosa de las sociedades europeas.
Muchos políticos, académicos y periodistas continúan estimulando la necesidad de imponer el modelo multicultural de integración que, en mayor o menor medida se ha aplicado en toda Europa en el pasado, ellos sostienen que el multiculturalismo debe implicar el tratamiento de las personas por igual a pesar de las diferencias, eso suena razonable en cuanto los derechos de las personas que observan sus obligaciones en las sociedades en que viven. Pero una gran mayoría de ciudadanos europeos creen que las conductas problemáticas nacen y se amplían desde el seno mismo de las comunidades musulmanas, y ello no porque la gran mayoría de los musulmanes lo desee o adhiera el radicalismo militante, sino por las presiones y el espacio que han ganado los radicales dentro de sus comunidades. Y este pensamiento de los europeos no debe ser considerado racista ni islamófobo pues tienen fundadas razones para pensar de esa manera, mas aun si nos remitimos a los sucesos de Atocha y Londres y debe ser visto en el marco de un primer paso necesario hacia la creación de sociedades cohesionadas y armoniosas.
Mayoritariamente los ciudadanos europeos consideran, con razón, que el deseo de defender y preservar su cultura no es un signo de intolerancia o nacionalismo. Al mismo tiempo, los europeos deben hacer un esfuerzo y reconocer que deben redefinir su concepto de ciudadanía. A diferencia de América, Australia y Canadá, no pocos países de Europa han sido capaces de desarrollar un sentido de ciudadanía separado de su identificación, tanto de factores seculares, étnicos o de sus creencias religiosas. Si bien es fácil llegar a ser ciudadano estadounidense, la verdad es que no lo es tanto para algunos inmigrantes, sobre todo si no son blancos para ser aceptados como americanos de pleno derecho, tal vez en estas realidades deberían centrar sus políticas los españoles o los franceses.
Lamentablemente las cuestiones relacionadas con la integración y el radicalismo han sido ignoradas o minimizadas demasiado tiempo por la dirigencia política europea. Tradicionalmente las izquierdas lo hicieron desde su creencia en el marco de la multiculturalidad. En tanto que la derecha se abstuvo de hacer frente al problema ya sea por corrección política o por ubicarse en posiciones edulcoradas de "centroderecha" por el temor a perder votantes musulmanes, por cierto un electorado cada vez mayor y que generalmente ha evitado en gran medida los partidos conservadores y de derechas. El resultado de esto ha sido negativo y favoreció el avance de los partidos anti-inmigración de diversa naturaleza, desde los nacionalistas extremos como el Frente nacional francés hasta las fuerzas autonomistas como la Liga del norte italiana que han venido a llenar ese vacío no por ser mejores a los demás partidos políticos, sino por que no han esquivado el debate realista en materia de inmigración y yihadismo, por el contrario, los han situado como temas centrales en sus agendas. Por eso no debe sorprender que muchas de estas fuerzas políticas hayan obtenido resonantes resultados electorales.
Es difícil proyectar lo que sucederá en los próximos años. Pero evitar el debate sobre la inmigración descontrolada, la integración y el fundamentalismo no será una solución que lleve por buen camino a las democracias europeas.
Fuente: Guysen News