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Por Julián Schvindlerman
Es, inevitablemente, una relación cargada de simbolismo. El Holocausto siempre sopló como una brisa negra sobre ambas naciones. Pero el hito político -cuyo 50 aniversario se conmemora este año- del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Bonn y Jerusalem marcó un punto de inflexión profundo entre alemanes e israelíes, cristalizado en una alianza moderna sólida y fructífera.
En 1951, el Canciller alemán Konrad Adenauer afirmó públicamente que “actos criminales indescriptibles” habían sido perpetrados por la Alemania nazi contra el pueblo judío y anunció la voluntad de su nación de pagar reparaciones al recientemente establecido estado judío. Bonn buscaba su reingreso a la Alianza Occidental y hacerse cargo de una deuda moral enorme con los judíos. Para Israel, agobiado por las exigencias del emprendimiento nacional, pujando por hacerse un lugar en un Medio Oriente hostil y anhelando integrarse a la familia de las naciones, el apoyo material de Alemania era necesario. Pero las heridas de la Segunda Guerra Mundial eran frescas: el país tenía entre los suyos a una gran cantidad de sobrevivientes, regía un boicot al idioma alemán y a la cultura alemana, y había muchos opositores a que algo se hiciera que rehabilitase moral y políticamente a Alemania en la posguerra. Tras un acalorado debate en la Kensset, el Acuerdo de Reparaciones fue aprobado por 60 contra 51 votos al año siguiente. Poco más de una década después, Bonn y Jerusalem sellaron lazos diplomáticos, intercambiaron embajadores y abrieron sus naciones al fortalecimiento de un vínculo perdurable.
Hoy Alemania es el mayor socio comercial de Israel en Europa y el tercero a nivel mundial, luego de Estados Unidos y China. Es un proveedor crítico de armamento, en el que destacan cinco submarinos nucleares Dolphin, cuyo costo multimillonario ha sido subsidiado apreciablemente por Berlín. La suma de reparaciones abonadas por Alemania a Israel ronda los 30 mil millones de dólares; cifra que se triplica al tener en consideración el monto dado a sobrevivientes individuales en todo el mundo. A diferencia de la República Democrática de Alemania -que no se vio a sí misma como sucesora del Tercer Reich ni responsable de sus acciones y cuya orientación comunista la llevó por el camino del antisionismo- la República Federal de Alemania hizo un esfuerzo notable en transformarse en una nación diferente. Tras la guerra, los ocupantes norteamericanos iniciaron un proceso de desnazificación de la sociedad alemana y en Núremberg criminales de guerra fueron juzgados. La nueva Alemania hizo una transición del totalitarismo hacia la democracia, de la ruina a la pujanza económica, adoptó programas educativos sobre los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y estimuló la construcción de sitios y memoriales para la recordación del Holocausto. Yad Vashem tiene acuerdos de educación firmados con los dieciséis estados alemanes.      
En la década de 1930 vivía medio millón de judíos en Alemania, apenas quince mil sobrevivieron a la guerra. Actualmente la comunidad judía alemana cuenta con más de cien mil miembros afiliados e igual cantidad estimada de no-afiliados (mayormente emigrantes de la ex URSS). Solamente en Berlín se cree que hay cerca de veinte mil israelíes. La vida judía en Alemania es vibrante, con festivales de cine, sinagogas, museos y lazos estrechos con el gobierno. El intercambio económico, cultural y científico entre Berlín y Jerusalem es floreciente.
Diversos hechos dejaron su marca en la relación. En 1960, el Mossad secuestró a Adolf Eichmann y lo llevó a juicio en Jerusalem; episodio que recordó dolorosamente la Shoá en el país. Ese mismo año, Volkswagen nombró a Motti Auerbach, hijo del último rabino en Frankfurt, como su representante en Israel. Esa misma década trascendió que científicos alemanes estaban trabajando en el desarrollo del programa misilístico egipcio, lo que enardeció a los israelíes; el hecho se replicó en los años noventa cuando se supo que el gas con el que Saddam Hussein había amenazado cargar a los misiles Scud para atacar a Israel había sido provisto a Irak por Alemania. En los años setenta, las Olimpíadas de Múnich, que pudieron haber reforzado el vínculo, fueron escenario de una toma y asesinato de rehenes israelíes por terroristas palestinos. La interpretación pública de las obras del compositor nacionalista alemán del siglo XIX Richard Wagner aún es asunto de ríspido debate en Israel.
Si algo, estas tensiones prueban la resiliencia del vínculo que une a ambas naciones. No obstante, el futuro de la relación no está exento de desafíos. A medida que el tiempo transcurra y el Holocausto sea un recuerdo distante para las nuevas generaciones, las que podrían verse menos comprometidas moralmente con Israel y los judíos que sus antepasados, ¿se mantendrá el vínculo tal como lo conocemos? A medida que el sentimiento popular antiisraelí crezca en Alemania, así como el tamaño de su comunidad islámica, y los movimientos políticos de la extrema derecha se afiancen, ¿sobrevivirá el ánimo oficial pro-israelí contemporáneo? Encuestas de los últimos años ya revelan un 20% de antisemitismo en Alemania y un 60% de opiniones negativas sobre Israel.
Eso concierne al futuro. En lo que respecta al pasado reciente y al presente, hay razones suficientes para conmemorar este medio siglo de relaciones diplomáticas entre Alemania e Israel con el mejor ánimo celebratorio. Chin-chin por una relación sumamente especial.

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