El interés musulmán por la ciudad de David (Rey de Israel) sólo revivió con la conquista israelí de Jerusalén en 1967. Jerusalén se convirtió entonces en el punto de fuga de la política árabe, sirviendo para unificar los elementos fraccionados. En 1968 la Organización por la Liberación Palestina (OLP) enmendó su carta para llamar a Jerusalén «el enclave de la Organización para la Liberación de Palestina», fijense que todo esto ocurre luego de 1967, es decir, luego de la guerra árabe-israelí de Los Seis Días.
El rey de Arabia Saudí en persona declaraba la ciudad «exactamente igual» que La Meca -religiosamente hablando- una idea novel, por no decir blasfema, dentro de los parámetros históricos e idiológicos del Islam tradicional.
Hacia 1990, la atención islámica sobre Jerusalén alcanzaba una intensidad tan surrealista que los árabes palestinos pasaron de exaltar Jerusalén a negar la importancia histórica y sagrada de la ciudad para los judíos. El estamento árabe palestino -académicos, clérigos y políticos- promovieron esta implausible afirmación levantando un edificio revisionista constituido a partes iguales de invención, falsedad, ficción y fraude. Borra toda conexión judía con la tierra de Israel, reemplazándolas con una nebulosa conexión árabe palestina.
Sólo queda concluir y que la humanidad despierte, a tan horrible y absurda mentira, y la ciudad de Jerusalén siga siendo la capital y único lugar santo del judaismo e Israel.