Sin tregua
02/03/2011
Amor al prójimo
05/03/2011

Por Pilar Rahola
Todas son dictaduras, de manera que es igual que se oprima a la gente por unas ideas o unos dioses, porque al final es lo que hay: pueblos silenciados, represiones violentas y corrupción que engorda las cuentas de los tiranos en los bancos donde el dinero esconde sus vergüenzas. Desde el pacto de la Ilustración, no hay diferencia entre Pinochet y Castro, entre Hitler y Stalin. Esta verdad inapelable no ha sido siempre tan clara, no en vano aún hay izquierdas jurásicas —esas que Horacio Vázquez Rial retrató en su libro La izquierda reaccionaria, felizmente reeditado— que aún cantan a Víctor Jara mientras veneran el póster de Castro. Y en el caso de Oriente Medio, esas mismas izquierdas son ruidosas cuando celebran la caída de Mubarak (por cierto, miembro de la Internacional Socialista), pero silenciosas cuando los opositores a los ayatolás se juegan la vida en Irán.
Ocurre lo mismo con algunos medios de comunicación islámicos, cuyo impacto a favor de la caída de las dictaduras “occidentales” no tiene el mismo recorrido cuando se trata de dictaduras teocráticas. Lo escribí en mi especial “Entre Mubarak y la pared”: habrá que analizar el papel de Al Yazeera y Al Arabiya en defensa de cualquier revuelta con sello islámico, tanto como su silencio cuando se trata de revueltas contra tiranías en nombre de Alá. ¿Será que tener sede en las dictaduras de Qatar o Dubai imprime carácter? Será, pero entonces tengamos claro a qué juegan, porque el papel de Al Yazeera en la promoción del salafismo es intensivo. Y no olvidemos que en las casas de Europa y América empieza a haber muchas antenas que conectan con estas emisoras. Nada es casual, y menos el crecimiento del integrismo entre los musulmanes que viven en Occidente. Pero más allá de esta cuestión, la revuelta egipcia nos retrotrae a una izquierda muy despistada que, perdida por inanición la fe revolucionaria en sus propias ideas, ha virado hacia el Islam sin entender nada.
Si Marx levantara la cabeza, alucinaría, por ejemplo, con los que dicen que los Hermanos Musulmanes son moderados o con la multiculturalidad. Son estas empanadas las que hacen que estalle el entusiasmo de algunos al ver la plaza Tahrir, pero no vean, no sepan, no digan cuando llegan los primeros muertos de Teherán. ¿Por qué? Básicamente porque estas izquierdas llevan las gafas del antiamericanismo y el antiisraelismo clavadas en la mirada, y hacen la ecuación simple: enemigos de los malos, amigos nuestros. De ahí que algunos hasta celebren que los islamistas quieran acabar con el tratado de paz con Israel, una de las pocas buenas noticias de la región. Es la diferencia histórica entre Camus y Sartre. El segundo levantaba la bandera de Pol Pot y el primero le afeaba el gesto. La libertad no era el comunismo de antes, ni el islamismo de ahora. Pero si no lo entendieron entonces, difícil será que lo entiendan ahora.

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