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Por Julián Schvindlerman
Este Día Internacional de Recordación del Holocausto tiene la singularidad de acaecer un año que reúne dos aniversarios de representación simbólica contrapuesta. El 2012 marca el 70 aniversario de la realización de la Conferencia de Wannsee, donde se selló el destino mortal de millones de judíos, y el 100 aniversario del nacimiento de Raoul Wallenberg, un aristócrata sueco que salvó a decenas de miles de judíos del plan genocida nazi. Si Wannsee evoca lo más siniestro y oscuro de la condición humana, Wallenberg evoca lo más heroico y elevado.
El 20 de enero de 1942, en una reunión que duró menos de noventa minutos, quince jerarcas nazis instrumentaron el plan de exterminio de la judería europea. El encuentro tuvo lugar en una bella mansión señorial en las afueras de Berlín, expropiada por los nazis a una adinerada familia judía alemana, en la localidad de Wannsee. Convocados por Reinhard Heydrich, jefe de la Oficina Principal de Seguridad del Reich, y con Adolf Eichmann, jefe de la Oficina de Asuntos Judíos y Evacuación, a cargo de la redacción de los protocolos del encuentro, asistieron Alfred Meyer, Georg Leibbrandt, Wilhelm Stuckart, Roland Freisler, Josef Bühler, Gerhard Klopfer, Karl Eberhard Schöngarth, Rudolf Lange, Martin Luther, Friedrick Kritzinger, Otto Hofmann, Erich Neumann y Heinrich Müller. Estos oficiales nazis determinaron el programa de asesinato industrial de los judíos de Europa. No inventaron la “Solución Final” al denominado “Problema Judío” -siete meses antes habían comenzado los fusilamientos masivos de judíos en el Este y un mes y medio antes habían comenzado los gaseamientos de judíos en Polonia- sino que administraron los detalles de su implementación. Al finalizar las deliberaciones, los nazis brindaron con coñac. Treinta ejemplares del protocolo del genocidio planificado fueron entregados a los partícipes pero solamente una copia sobrevivió a la guerra: la número dieciséis. Fue hallada en 1947.
El 4 de agosto de 1912 nació en Suecia Raoul Wallenberg en el seno de una destacada familia que dio a la nación diplomáticos, banqueros, estadistas y filántropos. Estudió arquitectura en los Estados Unidos y trabajó en Sudáfrica y Palestina, donde se relacionó con judíos escapados de Europa. A mediados de 1944, Wallenberg viajó a Budapest designado primer secretario de la misión diplomática sueca. Era su responsabilidad montar una red de rescate de la judería húngara, a lo que se avocó con cuerpo y alma. Por medio de recursos diplomáticos y ardides poco convencionales, como la presión y el soborno, desarrolló un programa de salvataje excepcional -reclutó a cientos de asistentes judíos, compró casas que fueron empleadas como refugios, repartió medicinas y alimentos, expidió miles de pasaportes protectores- que al cabo de unos pocos meses había rescatado de la muerte inminente a más de veinte mil judíos, según estimaciones conservadoras. Incluso judíos que se hallaban dentro de los trenes a punto de partir hacia los campos de concentración y judíos que formaban parte de las “marchas de la muerte” pudieron ser salvados por la acción decidida de prácticamente un solo individuo. En enero de 1945, Wallenberg fue arrestado en Hungría y desapareció en el sistema penitenciario soviético. Luego de la guerra, un monumento en su honor fue erigido en Budapest, pero el gobierno comunista lo hizo retirar antes de su dedicación. En Israel fue reconocido como un Justo entre las Naciones. Vivió apenas treinta y dos años, pero alcanzó la inmortalidad.
Durante los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial, los nazis exterminaron a seis millones de judíos y también a gitanos, homosexuales, discapacitados y prisioneros de guerra. Ello fue posible por la eficiencia genocida de los nazis y la complicidad, activa y pasiva, de muchos otros. En contraste a la indiferencia, la colaboración o la cobardía de éstos, hubo miríadas de hombres y mujeres que con su bravura dignificaron la valía humana y santificaron a la vida misma. Cuanto más oscura la época, mayor el destello de su gesta. En esta fecha sagrada, Wannsee y Wallenberg son aptos y opuestos recordatorios de la capacidad humana para la vileza y la destrucción, y de la posibilidad humana de la nobleza y la redención.
Fuente: Infobae

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