Por Beatriz W. De Rittigstein
El régimen iraní desarrolla una doble perversidad. Policialmente se ha comprobado su complicidad en una serie de hechos de terror en distintos lugares y luego, achacan a las víctimas el haber embestido contra sí mismas. Acción similar a la caprichosa negación del Holocausto.
Hace un par de semanas se cumplieron 18 años de la destrucción de la sede de la AMIA en Buenos Aires. Las investigaciones demuestran y cada vez con mayor contundencia, la implicación iraní en la planificación, coordinación y financiamiento de tan bestial crimen. En ese tiempo, el gobierno iraní contactó a un personaje que posteriormente sería conocido en Venezuela: Norberto Ceresole, quien escribió algunos libros acomodando los sucesos para explicar su absurda teoría de un atentado autoinfligido.
Hace poco, la policía de la India acusó a iraníes miembros de la Guardia Revolucionaria de haber preparado en febrero de este año, un atentado con coche-bomba en Nueva Delhi. En Georgia se evitó un asalto semejante. También en febrero, la policía tailandesa detuvo a un iraní y otro logró huir, autores de unas detonaciones en Bangkok. En julio, la policía chipriota arrestó a un miembro del Hezbollah que portaba información de todos los vuelos Israel-Chipre y de los sitios frecuentados por israelíes. Poco después, durante el aniversario del ataque a la AMIA, ocurrió el estallido de un autobús lleno de turistas israelíes en Bulgaria, de lo cual caben sospechas.
Pese a las pruebas tangibles de lo acaecido en la India, Tailandia, Georgia y Chipre, las autoridades iraníes niegan estar involucradas y, a través de medios de comunicación estatales, en varios idiomas, tergiversan las noticias con el claro propósito de demonizar al Estado de Israel.