Por Pilar Rahola
“Zog Nit Keyn Mol!” “Nunca digas que esta senda es la final”… Así empieza el himno de los partisanos del gueto de Varsovia, cuya heroica lucha enaltece el alma humana. Al saber que tendría el honor de recibir el premio que lleva el nombre de Morris Berthold Abram, el gran luchador de los derechos humanos, recordé la belleza de este triste himno. ¿Qué debía pensar Morris Abram cuando formó parte del Tribunal de Nuremberg y los tuvo allí, cerca, ese conjunto de seres humanos convertidos en una masa informe, criminal y malvada? Quizás pensó en el silencio de los buenos, no en vano las mayores crueldades del mundo no se han edificado sobre la maldad de los malos, sino sobre el pesado silencio de los buenos.
Sobre el silencio, sobre la indiferencia y sobre la traición. ¿Cuántas traiciones a los derechos humanos y cuánto silencio acumulan nuestras sociedades libres, nuestros intelectuales, nuestras organizaciones? Miren el magnífico ejemplo de Líbia. ¿Nos preocupaban los derechos humanos cuando le dábamos la mano a Gadafi, lo invitábamos a las fiestas y le vendíamos nuestros juguetes bélicos? No. Gadafi solo nos ha preocupado cuando ha puesto en peligro nuestra estabilidad energética. Y es que un dictador en el poder es un amigo, pero un dictador derrotado, es un dictador. Traición y silencio. Miren el silencio y la traición a los derechos que proyectamos sobre las dictaduras del petro-Islam, con sus mujeres esclavas, sus leyes tiránicas, su odio a la libertad. Miren los miles de muertos por la tiranía sudanesa, ¿a quien importan? Miren la locura de Irán, avanzando en su carrera nuclear para poder asesinar masivamente ¿Donde están los ruidosos antiisraelíes que vociferan su solidaridad con las víctimas en las calles del mundo, ante estas atrocidades? ¿Por qué no se pasean con sus flotillas de la libertad por las costas iraníes, por las de Arabia Saudita, por las de Siria? Y la magnífica ONU, ¿por qué mantiene a algunas de las dictaduras más feroces en sus Consejo de Derechos Humanos? Silencio y traición. Y así miles de víctimas lloran su tragedia al margen de los focos, de las pancartas, de las manifestaciones, de las resoluciones de Naciones Unidas.
Es por ello, estimados amigos de UNWatch, que agradezco enormemente el galardón que hoy me ofrecen. Porque lo interpreto como un premio contra el silencio, contra la indiferencia y contra la traición. Los premiados que me han precedido honran la memoria de Morris Abram con una categoría que no alcanzo y solo puedo sentirme orgullosa de pertenecer a la misma lista de personas como la iraní Nazanin Afshin-Jam, o la ruandesa Esther Mujawayo o la afgana Massouda Jalal, valientes mujeres de nuestro tiempo, auténticas Nelson Mandelas femeninas que han alzado su voz contra el miedo y contra la tiranía. Soy una humilde seguidora de su legado y de su compromiso, convencida de que las mujeres del siglo XXI seremos las grandes portadoras de la bandera de la libertad.
Permítanme que les explique por qué estoy aquí, en esta encrucijada de causas que me animan a alzar la voz. Primero, porque la única condición moral de un intelectual, es la del compromiso. Pero no el compromiso fácil con las pancartas y las consignas previsibles, sino con los valores que nos configuran como civilización. Un compromiso contra los tiranos. Pero también contra los amigos que prefieren mirar hacia otro lado y disparar a las dianas fáciles, porque el miedo o el prejuicio les impiden saber quiénes son los verdaderos enemigos. Es un compromiso con los valores que nacieron en el primer texto fundacional de nuestra historia moderna, las Tablas de la Ley, el inicio de la modernidad. Y siguiendo el hilo rojo de esas Tablas, continuaron con el Derecho Romano, charlaron con Spinoza, construyeron la Ilustración y aterrizaron en la Carta de Derechos Humanos. Ese es el compromiso moral de nuestros tiempos: la defensa de los valores de nuestra civilización. Es el compromiso de Irene Sandler, de Morris Abram, de Baruj Tenembaum, de Nazanin, Esther o Massouda, no importa la religión o la cultura, porque nos unen esos mismos valores… Y sin ese compromiso, nuestra sociedad no existiría. Aprovecho, pues, este extraordinario honor que me otorga UNWatch para denunciar a todos aquellos colegas del mundo de las ideas y del periodismo que callan ante la esclavitud de la mujer en el Islam, ante la persecución de los homosexuales, de los cristianos, de los librepensadores, ante las ideas totalitarias que pueblan el planeta. Y mientras callan contra las dictaduras y sus tiranos, chillan contra dos grandes democracias, quizás porque gritar, por ejemplo, contra Israel o contra Estados Unidos sale gratis. De hecho, contra Israel se vive mejor. Pero alzar la voz contra el Islam fundamentalista, eso sí que resulta un compromiso de riesgo.
También estoy aquí porque creo que los valores de la libertad están amenazados por una ideología totalitaria que nos ha declarado abiertamente la guerra. Y no hablo de una religión o de una cultura, sino de una ideología, la del islamismo fundamentalista. Si en el siglo XX la humanidad tuvo que enfrentarse al reto totalitario del estalinismo y del nazismo, el siglo XXI se enfrenta a una ideología de muerte que contamina a miles de cerebros y mata a miles de personas. Y no solo se trata de organizaciones terroristas escondidas en las montañas del mundo. También se trata de países felizmente sentados en la Asamblea General de la ONU, y cuya maldad legal esclaviza a sus ciudadanos, mientras financia por todo el mundo a imanes fanáticos. Es una ideología que utiliza y vampiriza la tecnología del siglo XXI pero que aspira a volver a la Edad Media, y que usa nuestra democracia para intentar destruirla. Soy una mujer libre de un país libre, pero a mi lado millones de mujeres no pueden amar a quien quieren, pueden ser mutiladas genitalmente, lapidadas, marcadas con ácido, abusadas, despreciadas, sometidas a la maldad feudal. Esa ideología que las odia, nos odia a todos, porque odia la libertad. Este premio lo dedico a ellas, a las mujeres encarceladas en los burkas de unas leyes malvadas. Los países que las esclavizan, se sientan tranquilamente en la ONU, nadie les monta manifestaciones en contra y hasta forman parte del Consejo de Derechos Humanos. Algún día tendremos que preguntarnos a dónde fue a parar el sueño de Eleanor Roosvelt de una Liga de Naciones que tenía que garantizar la libertad de los pueblos. Hoy la ONU es todo lo contrario, es el blanqueador de las oscuras entrañas de muchas dictaduras.
Estoy aquí porque no creo en el choque de civilizaciones, pero creo en el choque histórico entre civilización y barbarie, y creo también que estamos en un momento delicado y trascendente. Estoy aquí porque amo a los disidentes de la dictadura iraní, pero odio a los bárbaros que gobiernan Irán. Porque amo a los intelectuales, los estudiantes, los jóvenes egipcios, pero temo a los musulmanes fanáticos que quieren usar sus revueltas para instaurar leyes feudales. Estoy aquí porque amo a todas las religiones, pero lucho contra aquellos que usan a Dios para el odio, el fanatismo y la muerte. Y el riesgo de contaminar a miles de cerebros que habitan en Europa, o en América o en cualquier del mundo, es más alto de lo que nos atrevemos a reconocer. Por eso estoy aquí, también, porque la ideología totalitaria que esclaviza seres humanos en las dictaduras teocráticas, también quiere esclavizar sus mentes en las democracias occidentales.
Y sí, estoy aquí porque creo que Israel es la avanzadilla de la lucha por esos valores de libertad. Y que la criminalización que sufre por parte de muchos intelectuales occidentales tiene que ver con una mirada tuerta que ve el mundo al revés y que, en su delirio, está traicionando los valores que dice defender. Estoy aquí porque creo en Albert Camus cuando le dijo a Jean-Paul Sartre que defender a Stalin no era defender la libertad. A los muchos aprendices de Sartre les digo, en homenaje a Camus, lo mismo: defender la libertad no es callar ante las maldades del islamismo fundamentalista, no es minimizar el terrorismo, no es llorar solo por unas víctimas y despreciar a otras, ni es criminalizar a una democracia que lucha por sobrevivir rodeada de dictaduras que quieren verla destruida. Eso no es luchar por la libertad. Eso es perpetuar la peor tradición de izquierdas, la que no lloró por las víctimas de Stalin, miró hacia otro lado con Pol Pot y aún perdona a Castro. Y ahora, del viejo poster del Che Guevara a la kefia palestina, la misma ceguera y la misma inversión de valores: no lloran por las víctimas del terrorismo islamista, miran hacia otro lado con las Sirias y los Irán y aún perdonan a los Hamàs y Hezbollah.
Permitan que mencione a Neville Chamberlain y a Irende Sendler. Son los dos polos del comportamiento humano, ante el reto totalitario. Mientras Chamberlain se fue de paseo con Hitler, le dio la mano y decidió mirar hacia el lado oscuro de su conciencia, Irene Sendler dio la mano a las víctimas, se jugó la vida y salvó vidas. Hoy pasa exactamente lo mismo y mientras unos se esconden en sus miedos y creen que dando la mano a los dictadores teocráticos garantizan su vida opulenta, otros dan la mano a sus víctimas. La gran luchadora por las libertades, la siria Wafa Sultan, me dijo hace unos meses en Estados Unidos, “tenemos un proverbio árabe que dice: si me necesitas, te poseo”. ¿Es eso lo que nos ocurre? Que al necesitar su petróleo, poseen nuestro silencio?¿Es tan frágil nuestro sistema de libertades, que se sustenta en el miedo, el apaciguamiento y el silencio? Sin duda eso es hoy Naciones Unidas y eso es también una parte importante de nuestro mundo intelectual, periodístico y político: miedo, apaciguamiento y silencio.
Contra el miedo, premios como los de UNWatch, que dan honor a la lucha por las libertades. Contra el apaciguamiento, el compromiso de Nazanin Afshin-Jam, de Esther Mujawayo, de Massouda Jalal, de tantos y tantas. Y contra el silencio, la palabra libre.
Dijo Winston Churchill, “El coraje es la primera de las cualidades humanas, porque es la que te garantiza todas las demás”. ¡Coraje! Dedico este premio a ellos, a los hombres y mujeres de la historia que han tenido el coraje de luchar contra la barbarie, el dolor y el miedo para defender la libertad.