Por Guillermo Olmo
Un anteproyecto de ley que prevé concederles la nacionalidad española a sus integrantes ha colocado a la comunidad sefardita en el primer plano de la actualidad. La medida, que todavía debe concretarse en el trámite parlamentario, ha suscitado enorme expectación en Israel y en otros países donde residen. Como explica María Royo, portavoz de la Federación de Comunidades Judías en España, "para muchas personas se abre la esperanza de reparar una injusticia histórica".
Los sefarditas forman hoy un colectivo numeroso y disperso, cuya indiscutible relevancia en el pasado español podrían recobrar con una iniciativa legal que promete devolverles la patria arrebatada hace ya más de 500 años. Pero, ¿de quiénes estamos hablando? Su peso en la España medieval es reconocido unánimemente por los historiadores. Uno tan respetado como Américo Castro escribió: "La historia del resto de Europa puede entenderse sin necesidad de situar a los judíos en un primer término; la de España, no". Ha llovido ya mucho desde que en 1492, pocos meses después de la toma de Granada, los Reyes Católicos publicaron un edicto que daba a los judíos un plazo de cuatro meses para convertirse al cristianismo o abandonar sus reinos.
Pese a la leyenda negra y la fama de intolerancia religiosa que la aplicación de la drástica medida hizo caer sobre España, lo cierto es que no fueron Isabel y Fernando los únicos soberanos europeos que optaron por deshacerse de los judíos. Tampoco el solar ibérico el único que tenía antecedentes de episodios de violencia antisemita. En un mundo, el del tránsito del Medievo a la Edad Moderna, en el que las monarquías tendían a consolidarse sobre los poderes feudales, la homogeneización política y la religiosa iban de la mano y ambas se convirtieron en prioritarias. Como otras minorías, los judíos fueron víctimas de ello. Prueba elocuente es el hecho significativo de que la Inquisición, concebida como poderoso guardián de la ortodoxia, fue la única institución que compartieron las coronas de Castilla y Aragón, que en todo lo demás mantuvieron sus peculiaridades a pesar del enlace real entre sus respectivos monarcas.
Conversión dudosa
En España, no obstante, dada la importancia hebrea en todos los órdenes, el edicto de expulsión tuvo enorme impacto. Con el núcleo mejor situado en la ciudad de Sevilla, los judíos formaban una comunidad próspera en lo económico e influyente en lo político. De hecho, una de las principales vías de financiación de las campañas militares de las tropas cristianas contra el reino musulmán de Granada fue el dinero de los comerciantes y hombres de negocios judíos. Eso no los salvó.
A la disyuntiva de la conversión o el destierro se dieron diferentes respuestas. Según la estimación del hispanista británico John Lynch, de un total de 80.000 judíos, entre 40.000 y 50.000 eligieron marcharse. El resto se bautizaron, pero es dudoso que su conversión fuera sincera, por más que la Inquisición acosara con celo a lo que se denominó como "judaizantes", los conversos que mantuvieron clandestinamente su culto y costumbres judaicas. Fue el inicio de la fiebre por la pureza de sangre. A partir de entonces, tener antepasados judíos, por remotos que fueran, cernía sobre uno la sombra de la sospecha y se convirtió en un estigma que podía vetar el acceso a cargos políticos o a un mejor estatus social.
Los judíos que abandonaron el país formaron una diáspora que se dispersó sobre todo por Francia, el norte de África y el Imperio Otomano. Lynch no duda en asegurar que estos desterrados conservaron paradójicamente "su lengua castellana y un intenso odio hacia España".
Añoranza y afecto
Ahora, según las cifras que la prensa israelí ha publicado estos días, los judíos sefarditas forman un grupo de nada menos que tres millones y medio de personas. En la actualidad se asientan mayoritariamente en Israel, el Magreb, Turquía y Estados Unidos. Según explica María Royo, constituyen "un fenómeno único, porque en lugares como Bulgaria te puedes encontrar gente que habla un ladino (castellano medieval) perfecto y que mantiene sus costumbres, tradiciones y hasta los refranes, porque se lo han transmitido por vía oral de generación en generación, no porque hayan pisado nunca España". El odio inicial del que habló Lynch se transformó, según esta portavoz, en un "fuerte vínculo de añoranza y afecto hacia Sefarad, el término que la tradición identifica con la Península Ibérica.
España ha sido siempre para estas gentes sinónimo de nostalgia. Ahora, de confirmarse los planes del Ministerio de Justicia, podría convertirse además en un hogar de acogida, porque, como cuenta Royo, "aunque la mayoría no se haya planteado cambiar su residencia, los que están en países donde sufren el rechazo de la población y las autoridades locales, como Turquía o Venezuela, tendrían la posibilidad de acogerse a la hospitalidad española".
Sefarditas y asquenazíes
El judaísmo tiene dos grupos étnicos mayoritarios, el formado por los asquenazíes, procedente de Europa central y oriental, y los sefardíes, que son los que hunden sus raíces en la Península Ibérica. A estos últimos los caracterizan el ladino, el castellano medieval que han transmitido de generación en generación durante más de medio milenio, y algunas prácticas especiales en el rito y en el rezo.
Fuente: ABC, España