Por Beatriz W. De Rittigstein
Tal como afirmó Shimon Peres, las negociaciones de paz se hacen con los enemigos, no con los amigos. De los ejemplos más conocidos están los Acuerdos de Oslo entre Israel y la OLP como representante de los palestinos, firmados el 13 de septiembre de 1993, por Itzjak Rabin, Yasser Arafat y Bill Clinton.
Los inicios ocurrieron en la Conferencia de Madrid de 1991, que parecía un fracaso, pero generó conversaciones bilaterales, secretas y lejos del área, en la capital noruega.
Lamentablemente, Oslo fracasó y entre los motivos más notorios pensamos que no hubo un compromiso por parte de la dirigencia palestina encabezada por Arafat. Hay innumerables hechos que ilustran que Arafat daba un discurso en inglés para un auditorio occidental y otro con instigaciones a la violencia al dirigirse a los árabes. Así, mientras los gestores israelíes y palestinos intentaban avanzar, fueron perpetrados numerosos ataques terroristas, en especial contra el transporte público en las ciudades israelíes. Arafat tampoco contribuyó a crear un clima de aceptación, vimos que la educación y los medios de comunicación palestinos seguían promoviendo la demonización de Israel y los judíos. Peor aún, hay pruebas de que Arafat permitió el ingreso de armas para los grupos terroristas palestinos.
Hace poco, Bill Clinton, en un discurso en New Jersey, recordó las decepciones en el afán de llevar la paz a la región. Dijo: “Me maté para dar a los palestinos un Estado. Tenían una oferta que rechazaron, que les habría dado toda Gaza y el 97% de Cisjordania, compensando tierra con Israel”. En efecto, en julio de 2000, Clinton invitó a Arafat y al entonces primer ministro israelí Ehud Barack, a una cumbre en Camp David, con la esperanza de darle celeridad a los Acuerdos de Oslo. Barack fue más lejos de lo que cualquier líder israelí en términos de concesiones, básicamente otorgaba lo que los palestinos pedían. Pero Arafat rehusó, alegando que sería su sentencia de muerte, pese a que era la concreción del sueño palestino de estatidad. Y, lo más grave, redobló su negativa lanzando una guerra terrorista, la segunda Intifada.
Una experiencia que demuestra que para tener oportunidades de éxito es requisito prioritario la voluntad para dialogar e intención sincera de solucionar el conflicto.